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Odiamos tanto a Maggie

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Carlos Granés
30 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.
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Una vez se supo que Margaret Thatcher había muerto, algunos barrios de Londres se convirtieron en improvisados escenarios de una gran fiesta.

 Jóvenes de pelos coloridos y punks avejentados, con carteles que decían “La bruja ha muerto”, se tomaron las calles en una explosión de júbilo. Sólo un mes después, el Metropolitan de Nueva York extendía una alfombra roja para que desfilara el star system mundial que asistía a la exhibición Punk: del caos a la alta costura. Una larga historia hace inevitable relacionar los dos acontecimientos, pues no hubo dos enemigos más enconados, que se amaran y odiaran con tanta intensidad, como los punks y los thatcheristas. Ambos ganaron visibilidad a mediados de los setenta, y ambos encarnaron las dos fuerzas culturales que más impacto han tenido en las sociedades occidentales contemporáneas: el vanguardismo autoexpresivo, hedonista e iconoclasta, por un lado, y el liberalismo económico, por el otro.

Ni Lutero ni Lenin. Quienes ganaron la batalla de ideas y lograron imponer su escala de valores fueron los vanguardistas que siguieron el ejemplo de los futuristas y los dadaístas, hasta llegar a los punks, y los liberales que, debatiéndose entre Keynes y Hayek, privatizaron las empresas públicas, desregularon los mercados y globalizaron la economía. A nivel micro, los vanguardistas fueron los maestros vitales que enseñaron a los jóvenes a rebelarse, a diferenciarse, a desconfiar de lo dado y a soñar con una vida salpicada de placeres y emociones fuertes. A nivel macro, los liberales redujeron el Estado, legitimaron la democracia y vigorizaron el capitalismo. Puede que se odiaran; puede que los primeros vieran a los segundos como defensores de un sistema que los condenaba a sacrificar sus vidas en trabajos alienantes; puede que los segundos vieran a los primeros como elementos que amenazaban el orden social. Sin embargo, así unos hablaran de transformar la vida y los otros de abrir mercados, ambos seguían caminos paralelos.

Los punks decían “hazlo tú mismo”, los sesentayochistas demandaban que el Estado no se entrometiera en sus asuntos privados, la nueva izquierda aborrecía a los burócratas gubernamentales. Eso no era un argumento en contra de la reducción del Estado y del individualismo que defendía Thatcher. Cuando la Dama de Hierro insinuó que nadie debería depender de becas o subsidios, apuntalaba un argumento similar: el Gobierno no tiene por qué intervenir en la vida de las personas, hazlo tú mismo. Y en efecto, algunos jóvenes de la contracultura terminaron siendo héroes del capitalismo que Thatcher ayudó a forjar. Steve Jobs, cofundador de Apple, es el ejemplo más visible. Pero también están Skip Yowell, un hippie que empezó a hacer morrales hasta fundar JanSport, o Malcolm McLaren, un comerciante que formó una banda de punk para promocionar Sex, su tienda, y vender más pantalones. De Sex salieron los Sex Pistols y toda una estética transgresora y lucrativa que hoy consagra el Metropolitan. También una actitud que demandaba odiar a Thatcher como señal de rebeldía. Pero rebelarse, desde entonces, ha sido una forma de instalarse en el mercado y hasta de triunfar en él.

 

*Carlos Granés

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