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Tenemos pregunta y tenemos fecha para el plebiscito que refrendará o deslegitimará los acuerdos a los que llegaron los negociadores del Gobierno y la cúpula de las Farc.
Ahora le corresponde a la ciudadanía pasar por ese proceso, siempre difícil, de sopesar argumentos y tratar de escoger la opción menos mala. Porque de eso se trata. Rara vez hay opciones buenas en política debido a que rara vez hay soluciones integrales a los problemas. Siempre, y más en un país como Colombia, se trata de escoger la opción que menos daño represente para el futuro.
Y aquí, tal como se ha planteado el dilema, los colombianos tendremos que escoger entre dos opciones: justicia o paz, dos valores fundamentales, igualmente defendibles y necesarios, pero que en esta ocasión, lamentablemente, se muestran incompatibles. De alguna forma, las duras palabras con las que José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch, criticó el proceso de paz, dan en el clavo. De las negociaciones dijo que eran una “fachada de justicia en nombre de la paz”. Y puede que sí. Puede que la justicia transicional sea excesivamente blanda y creativa; puede que purgar crímenes de lesa humanidad con trabajos comunitarios y no con penas de cárcel deje un mal sabor de boca. Pero tragarnos ese sapo no nos envenena. A cambio obtenemos la desactivación de una de las máquinas de guerra más mortíferas que ha visto el continente, y eso no es poca cosa.
Si las sociedades alcanzaran esa perfección que de vez en cuando alcanza el arte, valdría la pena rechazar los acuerdos para exigir una dosis equivalente de justicia y paz. Pero las sociedades perfectas, tan fáciles de imaginar, nunca se concretan en la realidad. Siempre hay vacíos, matices, carencias, y a nosotros, si se aprueba el plebiscito, nos tocará aprender a vivir con una demanda insatisfecha de justicia. Es un sacrificio que vale la pena hacer en nombre de la paz, algo que hoy, después de tantas décadas de matanza absurda, resulta inevitablemente más seductor.
Las voces críticas objetan que una paz sin justicia es efímera. Algo de razón tienen. Los colombianos no podemos ignorar la plasticidad de nuestros peores impulsos. El fin de la guerra con las Farc sólo abre una posibilidad a la paz, no la garantiza. Pero lo cierto es que la guerrilla, o como mínimo sus cuadros dirigentes, ya no serán los promotores de futuras violencias.
Como casi todo en la vida, aquí también hay una apuesta. ¿Qué decisión importante, tanto a nivel individual como colectivo, no lo es? Y aunque sea imposible prever con certeza qué pasará cuando se refrenden los acuerdos, hay cosas que sí podemos anticipar. Se acabará la Guerra Fría en Colombia y la violencia política perderá la poca legitimidad que le queda. Enormes recursos económicos, destinados a material bélico, podrán ser mejor empleados. Y, lo más importante, miles de personas dejarán de morir por culpa de ideales anacrónicos, aplastados hace más de 20 años por los hechos. Eso, siendo sólo lo más obvio, tampoco es poca cosa.
Vale la pena votar por el Sí. Regeneración, cambio, futuro: esas palabras, tan trilladas y vaciadas de significado en las democracias occidentales, pueden recuperar todo su peso el 2 de octubre en Colombia.
