Quien piense que el Hay Festival de Cartagena es una pasarela elitista, donde la alta sociedad va a dejarse ver, se sorprenderá al saber que en esta edición se habló, y muy en serio, de revolución.
Ignacio Ramonet, en conversación con Jon Lee Anderson, defendió la revolución bolivariana y dejó perplejo a su entrevistador al negarle cualquier defecto a Chávez, y al afirmar que en Venezuela, lejos de aumentar, el crimen había disminuido. En fin, se trataba de Ramonet… Mucho más sugestiva fue la conferencia de la activista queer, promotora de la revolución contrasexual, Beatriz Preciado.
Aunque el discurso de Preciado se nutre del laberíntico posestructuralismo, algunas ideas parecen claras. Su revolución contrasexual supone anular las categorías sexuales tradicionales. En lugar de usar términos como hombre, mujer u homosexual, debemos pensarnos como cuerpos hablantes, libres de las ficciones y encasillamientos políticos a los que nos somete el discurso científico que sostiene la sociedad heterosexual. Como buena foucaultiana, Preciado no cree que la ciencia sea una actividad neutral, destinada a esclarecer verdades, sino una forma de dominación que favorece al hombre blanco heterosexual. No hay, piensa ella, naturaleza femenina o masculina, sólo cuerpos susceptibles de transformaciones, y en consecuencia debemos vivir.
De manera que, así usted se siente cómodo con su sexualidad, así usted no sea, o no crea ser, machista ni desigual en su trato con las minorías sexuales, para instaurar el comunismo somático de Preciado usted debe cambiar. ¿Por qué? Porque su pasividad lo hace cómplice de políticas y discursos heterocentrados que siempre, así usted no lo crea, desembocan en opresión y violencia contra la mujer y las minorías subalternas (intersexuales, travestis, butch, etc.). Al igual que para los revolucionarios de los sesenta, para Preciado lo personal es lo político. Cambiar la sociedad supone cambiar la vida, en este caso la vida sexual. Si el enemigo es la sociedad heterosexual, incluso la sociedad heterosexual que integra a los homosexuales, no hay más remedio que abandonar esa opresora zona de confort y empezar a vivir como cuerpos hablantes. Estos cuerpos ya no se fijarán en lo que los diferencia —el pene o la vagina—, sino en lo que los une: el ano. Quizás Ramonet siga pensando que la vanguardia de la revolución la encarna el proletariado. Ingenuo él. Preciado le dirá que a la vanguardia están los “trabajadores del ano”, que se encargarán de resexualizar dicha zona mediante el fist-fucking, “un ejemplo de alta tecnología contrasexual”. El ano, excluido de las prácticas heterosexuales, será la clave del desafío al heterocentrismo.
La acogida del público al mitin de Preciado fue apabullante. Sin embargo, mientras oía los aplausos yo me removía en la silla. Temí que un trabajador del ano viniera a liberarme —o a normalizarme—, y que viniera como suelen venir los revolucionarios, con el puño en alto. Aunque todo hay que decirlo: si me tocara elegir, me inclinaría por el infierno anal de los fist-fuckers de Preciado, y no por el paraíso chavista que describe —y sólo ha visto— Ramonet.
Carlos Granés*