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Talento y osadía en el arte

Carlos Granés
14 de marzo de 2013 - 11:00 p. m.

En el mundo cultural contemporáneo se han confundido el talento y la osadía. Sobre todo en las artes plásticas, cada vez es menos frecuente encontrar artistas que puedan hacer cosas, y en cambio abundan los que son capaces de enfrentarse a infinidad de retos.

La diferencia es sutil pero abre puertas a distintos mundos. Me explico: ya casi nadie puede darle una expresión plástica al dolor, pero hay decenas de artistas capaces de cortarse, mutilarse o someterse a todo tipo de rituales masoquistas. Hay más. Hoy difícilmente se encuentran artistas que puedan expresar el erotismo o el placer, pero hay decenas capaces de masturbarse en público o de revelar sin tapujos sus tragicomedias íntimas. Lo que pasa con el sufrimiento y la sexualidad se replica en la política. Ya nadie, o muy pocos, pueden crear imágenes que condensen el desencanto, la ira o la devastación, pero en cambio abundan los artistas capaces de denunciar prejuicios, abusos o injusticias.

El mundo del arte se ha convertido en un juego de “la verdad o se atreve”, en el que los artistas prefieren atreverse. Esto tiene implicaciones. Para poder hacer se necesita cultivar el talento. Para atreverse basta con vencer las censuras, los temores y el pudor. Quien quiere hacer algo debe pulir su arte y nutrirse de la tradición. Quien se atreve a algo debe mantenerse en silvestre estado de alerta y al margen de la forma y la convención.

Lo que vale para el arte también sirve para literatura. Prueba de ello es que hago estas reflexiones después de leer Nueve lunas, un libro a medio camino entre la crónica y la ficción autobiográfica, de la peruana Gabriela Wiener. En él, Wiener narra las dificultades, miedos y vacilaciones que debió enfrentar durante su embarazo en Barcelona, como inmigrante, padeciendo las estrecheces típicas de los latinoamericanos que viajan a España para convertirse en escritores. Temí encontrar en sus páginas un recuento de experiencias exóticas y morbosas, es decir, puro atrevimiento. Sin embargo, lo que me envolvió desde el inicio fue una prosa limpia y rítmica, capaz de convertir esa materia bruta —esos polvos mal echados, esas fiestas orgiásticas, esas penurias existenciales— en un apasionante texto literario. En Nueve lunas, aunque hay osadía, lo que prima es la forma y la calidad de la escritura. Wiener cuenta, mes a mes, cómo una joven que había vivido su vida con mucha intensidad, se enfrenta a una experiencia tan compleja y desafiante como un embarazo. En sus páginas vemos sus cambios físicos y anímicos, la relación con su pareja, los desencuentros con los médicos; vemos todo eso y más, pero la sensación no es la de un voyeur que se masturba en un peep-show. Wiener logra expresar un drama más general, con el que un lector hombre se identifica plenamente: la experiencia del cambio, la de asumir compromisos y desafíos que inevitablemente significan dejar atrás, con ansiedad y desgarro, cierto estilo de vida. Cuando alguien, contando su historia personal, logra trascender la simple anécdota esperpéntica para desvelar un drama general, ha logrado hacer una obra de arte.

 

* Carlos Granés

 

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