Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Aunque hoy en día se habla mucho de poscolonialismo, teoría poscolonial o sujetos subalternos, poco se habla de Chinua Achebe, el escritor nigeriano que en 1958, con su novela Todo se desmorona, inauguró la literatura moderna en África y los intentos por cambiar la perspectiva desde la que se contaba la historia de su continente.
A partir de Achebe, ya no fueron sólo los europeos quienes narraron, desde la etnología o la ficción, cómo había sido su llegada a África o cómo habían descubierto las tribus primitivas. Todo se desmorona cuenta la historia desde el otro lado. Con lujo de detalles, desmintiendo la imagen del africano salvaje, muestra cómo era el mundo tradicional de los igbo, impregnado de rituales, normas de cortesía, códigos morales y creencias religiosas, y cómo todo este universo empezó a desmoronarse a finales del siglo XIX con la llegada de los primeros misioneros anglicanos.
Achebe no vivió la realidad que describe en su novela. Nacido en 1930 e hijo de una pareja de misioneros protestantes, tuvo una formación occidentalizada en una Nigeria que se preparaba para independizarse de Inglaterra. Aun así, su novela logró sintetizar los dilemas, temores y tragedias que sufren las sociedades cuando aparecen, con buenas o con malas intenciones, extranjeros venidos de otras tierras. La sociedad igbo de Achebe es similar al Macondo de García Márquez, un lugar en el que la gente se moría de vieja hasta que llegan la guerra partidaria y los gringos de la compañía bananera. En el caso de Achebe, no son los comerciantes estadounidenses, sino los religiosos ingleses, quienes trastornan el orden institucional de las aldeas del sur de Nigeria. Como reflejo de la manera en que una religión extraña emprende la conquista de nuevas almas, Todo se desmorona es ejemplar. No es por los eslabones fuertes de la cadena social, sino en los márgenes, entre los efulefu, los inútiles e ignorantes, y los osu, los parias, aquellos que carecen de las virtudes apreciadas por los líderes de la comunidad, que los misioneros encuentran fieles dispuestos a renegar de las costumbres ancestrales y abrazar una fe que los trata como iguales, incluso como elegidos. La música fue su arma. Algunos jóvenes cayeron hechizados con la poesía del mensaje cristiano. Y una vez convertidos a la nueva religión, quedó libre el camino para que los agentes judiciales impusieran la ley colonial donde antes operaban los códigos y las jerarquías igbo.
Tanto la novela de Achebe como la de García Márquez relatan la aniquilación de un mundo que no sabe cómo hacer frente a lo que viene de más allá. Ambas son novelas ejemplares, labradas con las técnicas de la narrativa europea y norteamericana, que vierten en un formato occidental el legado de las tradiciones orales, los mitos ancestrales y las creencias en espíritus y fuerzas sobrenaturales. Ambas, también, fueron intentos fructíferos por apropiarse de la historia y volverla a contar desde ángulos distintos, respuestas de fascinación y terror hacia lo moderno y el brillo que refleja la imagen de la propia autodestrucción.
