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El nivel de desarrollo de un país debería medirse por el número de obstáculos que separan al individuo de sus metas y opciones vitales.
Al fin y al cabo, ¿qué sentido tiene la prolongada permanencia en este mundo si no se puede hacer lo que se quiere, o al menos intentarlo? Los filósofos le han dado muchas vueltas a eso. El ser humano es la única criatura que puede pensar sobre lo que hace. Por eso mismo, es la única que puede ponerse metas, elegir prioridades y trazar un proyecto de vida desde el cual juzgar, con libertad de criterio, qué vale la pena y qué no. Esta labor es ya de por sí dificilísima. Prueba de ello es el extendido nihilismo y el relativismo absoluto, esos no-proyectos vitales en los que nada importa o todo da igual: morirse, seguir vivos, que haya guerra o paz, que las cosas prosperen o que todo se vaya al carajo.
Precisamente por lo difícil que es tomar decisiones y emprender proyectos, resulta irritante que haya, además, impedimentos externos que debilitan la voluntad y socavan las libertades. Y en Colombia estos obstáculos parecen multiplicarse por todas partes y desde todos los frentes. Ahí tenemos, como el eterno moscardón en la leche, a los grupos armados, siempre prestos a amenazar o amedrentar a todo aquel que dice o hace algo que no les gusta. Como es evidente, quienes tienen por oficio investigar y contar lo que ocurre en el país lo tienen complicado. Los periodistas en Colombia se ven en el más triste desamparo cada vez que un matón se enfurruña con una noticia, una opinión o un reportaje que los deja en evidencia. En las últimas semanas, ocho periodistas de Valledupar fueron amenazados por el ejército antirrestitución de tierras, Ricardo Calderón sufrió un atentado, Germán Uribe fue atacado en su finca, Alberto Lázaro del Valle fue asesinado y Yesid Toro Meléndez y León Valencia fueron amenazados. ¿Y pasa algo?
Los homosexuales tampoco lo tienen nada fácil en Colombia. Como si no fuera suficientemente riesgoso expresar una condición sexual distinta en un país machista y violento, donde los mismos escuadrones que detestan a los periodistas se vanaglorian de su homofobia, ahora el Gobierno renuncia a su deber de ampararlos bajo una institución que normalice su situación civil. Es absurdo que la legislación haga desiguales a las personas. Deberían ser las decisiones, los valores, las filias y las fobias lo que diferencia a los ciudadanos, no la ley. Al contrario, la igualdad jurídica permite la diversidad de estilos de vida. Si las instituciones reparten equitativamente derechos y deberes, lo que hagan o dejen de hacer los adultos en su espacio privado no le incumbe a nadie. Pero no. En Colombia, a diferencia de países vecinos como Argentina, Uruguay y Brasil, los homosexuales siguen sufriendo este tipo de discriminación.
La situación de los periodistas y de los homosexuales demuestra que las libertades aún se sostienen de un hilo muy frágil en Colombia. ¿Y cómo emprender ese incierto y difícil proceso de autocreación sin esa garantía? La vida es suficientemente complicada como para encima tener a políticos y bandoleros poniendo zancadillas en el camino.
*Carlos Granés
