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Mentir mintiéndose

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Carlos Villalba Bustillo
20 de febrero de 2009 - 01:32 a. m.
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EL CARNAVAL DE NUESTRA POLÍTIca ha cambiado bastante.

Uribe formó partidos coyunturales con los tránsfugas del liberalismo y rescató de su aparatoso declinar a un Partido Conservador que necesitaba mercaditos burocráticos para subsistir. Tanto ha engordado en siete años, que en la cara de Holguín Sardi ven la de José Eusebio Caro y en la de Fincho Cepeda la de Mariano Ospina Rodríguez. Pero los uribistas mienten mintiéndose con la táctica de la ambigüedad que se inventó el Presidente para producir su famosa hecatombe. Por eso no ven nada ni oyen nada, porque todo lo condicionan a lo que diga el señor Uribe respecto de su segunda reelección.

Juan Manuel Santos quiere la presa, pero si el Presidente no se lanza. Los conservadores igual, pero votan el referendo que favorece la reelección. Vargas Lleras reclamó, hasta el día en que le asestaron los puyazos preventivos del bolígrafo presidencial, la decisión del Uribe que condenaba la perpetuación de los caudillos en el poder, pero sin incluirse todavía en la canoa de los ambiciosos. Y Noemí como que de pronto se tira al agua si localiza la herencia ideológica del Tuso Navarro y de Román Gómez en los archivos de la Biblioteca Piloto de Medellín.

O mienten los caballeros y la dama con impavidez de actores benaventinos, o están convencidos de que los 44 millones de colombianos somos, sin excepción, unos tarados. Uribe dijo que va por su tercer turno la noche en que convocó a sesiones extraordinarias para que se aprobara, en segundo debate, un proyecto de referendo que fue negado en el primero. ¿No fue suficiente la manifestación de voluntad contenida en aquel decreto noctívago para que los aspirantes entendieran hacia dónde va el presidente que lo expidió?

¡Hombre, sean serios! Hasta las ánimas de Laureano Gómez y Ospina Pérez, que se sintieron bien representadas con Hernán Andrade y Fabio Valencia en las altas dignidades del Estado, están protestando, desde sus respectivas pailas, contra el miedo de los aspirantes que huyen de la lucha en la espesura de la militancia. La de Eduardo Santos está pidiendo misas desde el Purgatorio para que las danzas y contradanzas de Juan Manuel no le impidan su ascenso al Cielo. Y la de Carlos Lleras tiene a Roy Barreras (el apellido habla) atravesado entre sus angustias y los oídos de Germán Vargas.

Uribe, en cambio, anda en campaña: botando fuego contra el acuerdo humanitario, ordenando presión militar sobre las zonas donde tienen a los secuestrados, comparando al uniformado cantautor con Luis A. Morales y Carlos Julio Ramírez, utilizando al embajador norteamericano para pedirle a Obama que le perdone su bushismo, satanizando intelectuales y cobrando dividendos cuando la reportería de guerra muestra los daños que causan las revividas bombas de las Farc en Bogotá, Cali, Cauca, Huila y Nariño, porque con sus estudiados desplantes de Marte montañero la Carta Política y la tradición democrática sucumben al tirón de las encuestas.

Habrá, pues, prueba de fuego para la Corte Constitucional si, contra todo escrúpulo, el Congreso aprueba el accidentado engendro de los $2.800 millones de financiación. O actúa como tribunal independiente y defensor judicial de la Constitución, o se iguala a la Sala Disciplinaria del Consejo Inferior de la Judicatura.

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