Bien hace la Junta Directiva del Banco de la República en pasar por alto las presiones recurrentes del Gobierno para reducir a un ritmo más acelerado su tasa de interés de referencia.
Según lo han dejado claro el gerente y su equipo técnico, ha sido evidente, luego de la pandemia, un persistente exceso de la demanda sobre la oferta en la economía, nutrido en buena parte por un creciente déficit fiscal, que va camino del siete por ciento del PIB, a la par de otro persistente desequilibrio en la cuenta corriente de la balanza de pagos, hoy aliviado gracias a los máximos históricos tanto de los precios internacionales como de las cosechas de café, cacao, aguacate (y coca). Y a las remesas de los colombianos que laboran en el exterior, que este año alcanzarán los catorce mil millones de dólares, otro récord histórico, producto de la emigración de compatriotas en busca de mejores derroteros.
Por si fuera poco, un fenómeno exógeno como la guerra de Ucrania, cuyo fin no luce cercano, afectó desde su desencadenamiento en grado muy significativo a los precios de los alimentos a nivel global, que en Colombia en un momento llegaron a incrementarse en cerca del treinta por ciento, un salto sin precedentes.
A ello se suman decisiones del Ejecutivo de reajustar cada año el salario mínimo, más el subsidio de transporte, muy por encima de la inflación total y las mejoras en productividad. Cuando, como bien se sabe, éste apenas cubre un tercio de la fuerza laboral, quedando el resto atrapado en la indomable informalidad del cincuenta y siete por ciento o más, y en escalas de remuneración real inferiores a aquel.
De otro lado, la deuda pública ya supera el sesenta por ciento del PIB en comparación con su virtual ancla del cincuenta y cinco, y casi doblando la proporción dentro del tamaño del aparato productivo que exhibíamos hace un par de lustros.
Al fin y al cabo, en política monetaria lo que cuenta no son los más frescos datos de la inflación, sino sus expectativas en un horizonte entre uno y dos años, período que típicamente toma el mecanismo de transmisión de ésta hasta llegar a los usuarios del sistema financiero. Dichas expectativas, lejos de reducirse, van en aumento.
Ante semejante panorama, las tasas de interés de largo plazo, igualmente elevándose, pero no por decisión del Banco, cuyo control se limita a la de muy corto término, sino debido al agujero negro en las finanzas públicas materializado en la impune violación de la Regla Fiscal durante dos años consecutivos, pese al habilidoso maquillaje del Ministerio de Hacienda para ocultarla.
La recuperación de la economía que muestran las cifras más recientes por el lado de la demanda se concentra en el consumo, no en la formación bruta de capital fijo, cuyo desplome desde 2023 no ha cesado. Ni más ni menos, un reflejo inequívoco de la crisis de confianza inversionista en que se halla sumida la Nación.
Dura tarea la que le tocará enfrentar al próximo Gobierno: restaurar la confianza de los inversionistas nacionales y extranjeros, y la de los hogares consumidores, en la conducción del país, sus instituciones y la economía.
Es de esperar que del medio centenar de candidatos a la Presidencia de la República, al menos algunos o algunas le den a conocer a la ciudadanía sus propuestas sobre cómo darle la cara a semejante desafío. Esa debería ser la vara de medirlos para que el pueblo colombiano decida sobre su futuro.
* Ex codirector del Banco de la República.