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La memoria es flaca. Escribí este artículo para mi columna de El Espectador hace 36 años, tras el crimen del cual fue víctima Luis Carlos Galán. Ahora que estamos rememorando las tragedias de esta Patria, lo ofrezco como un simple testimonio. La verdad es antigua, pero olvidada. Se sabe bien de dónde provinieron las balas: De la mafia del narcotráfico, y sus políticos comprados, que asesinó no sólo a Galán, con quien estuve la víspera de su muerte en su casa, sino al pueblo entero, a la democracia y la libertad.
“Vamos a rezar por ti en mi casa”, le dije. Y él me respondió: “a mí no me importaría que me volaran la cabeza a tiros. Lo grave sería que lograran amedrentarme hasta traicionar a mi pueblo y abandonar mis ideas”.
Entré al ascensor y, mientras la puerta se cerraba, le ví avanzar, ya de espaldas, de regreso a su apartamento, con el caminar pausado, la cabeza un poco baja, como los jóvenes maduros que no abandonan ni su morada ni su labor.
Era el 17 de agosto de 1989, a las 5:30 p.m., después de 150 minutos de una charla inconclusa durante la cual pude verificar, una vez más, el norte de la nación encarnado en el conductor, el jefe, el amigo líder. Dos horas antes, Gloria se había acercado al sofá, que parecía nuevo, donde nos encontrábamos dialogando. Tras saludarme de mano, se dirigió a él recordándole que a las cuatro tenían un compromiso fuera de casa. Él, también de pie como yo, saludando a su dama como si se tratase de la primera vez, con cierto e inocultable halo de timidez, le dijo que no lo había olvidado.
Enseguida me dispuse a salir, pero me detuvo y me invitó a proseguir escuchando el relato sobre la entrevista que hacía pocos días había celebrado con Carlos Andrés Pérez en Caracas y, finalmente, sobre ciertos pormenores del atentado que contra su vida se había sucedido recientemente en Medellín.
“Nuestra integración económica debe comenzar con Venezuela. Es el más valioso socio de esa empresa. Pienso que debe ser un propósito en el cual los gremios deben cumplir un especial protagonismo que le dé contenido concreto a las buenas intenciones de nuestros gobiernos”. Le hablé entonces de Conagro, la Confederación Andina de Agricultores que, bajo los auspicios de la Junta del Acuerdo de Cartagena, habíamos creado precisamente para coadyuvar en ese empeño.
Sobre el segundo tema, me impresionó en especial su enfoque sobre la muerte. Esta parecía anunciada. “De alguna manera firmé mi sentencia cuando expulsé del Nuevo Liberalismo a quienes ahora quieren eliminarme”... “Sin embargo –agregó–, estaré acompañádolos en el Congreso Agrario Nacional en Noviembre que tendrá lugar en Medellín. Sobre los asuntos que allí debemos tratar te propongo que los discutamos el mes próximo. Naturalmente habré de referirme a la excelente labor de Gabriel en el rescate del agro colombiano”.
Mi visita obedeció a una llamada que el entonces Ministro de Agricultura, nuestro común amigo y su más leal seguidor, me había hecho el martes anterior para transmitirme la extrañeza de Luis Carlos por una noticia aparecida en el diario El Tiempo, según la cual mi nombre encabezaría la lista del movimiento duranista por el Tolima en las elecciones para el Senado de la República el 11 de Marzo. Tras explicarle que todo era el producto de una especulación originada en una invitación de algunos coterráneos míos que obviamente no acepté, me confió sus cálculos sobre lo que hipotéticamente habría sido el resultado de la elección del candidato del partido en la Convención de Julio. “Durán con el 35 % de la votación, frente al 28 % en mi favor. Pero de ahora en adelante, con el concurso de mi pueblo, el tiempo estará de mi lado”. No era, pues, un hombre triunfalista. Conocía con notable precisión sus debilidades y fortalezas, y, al igual que los grandes combatientes de las más nobles cruzadas de la humanidad, tenía clara su estrella de Belén: vencer el dragón de la corrupción, entregarle a su pueblo de hoy y de mañana su inmensa bondad y su inigualable concepción de Patria y Justicia.
Tan grande era su alma y tan vigorosa su misión, que su muerte no interrumpirá nuestra jornada. Los tiros que recibió su cuerpo marcaron de manera indeleble el rumbo que habremos de seguir. Su sombra será nuestra luz y, su recuerdo, la vara de medir nuestra pequeñez o nuestra grandeza.
Bogotá, 25 de Agosto de 1989
