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La natalidad en picada

Carlos Gustavo Cano Sanz

03 de diciembre de 2025 - 12:05 a. m.

El ilustre clérigo anglicano Thomas Malthus (1766-1834) fue discípulo de los más grandes pensadores de su época como David Ricardo, Adam Smith y Jean-Jacques Rousseau. Popularizó la rama de la ciencia económica conocida como demografía y fue su principal pionero desde la Universidad de Cambridge en Inglaterra. También fue el primer intelectual de prestigio universal en encender las alarmas sobre la sobrepoblación global, cuyo crecimiento geométrico y, por tanto, acelerado, ya comenzaba a reñir –según él, con tonos terriblemente sombríos– con el aumento apenas aritmético y lento de la producción de alimentos.

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Un poco más de un siglo después, siguiendo el eco malthusiano, un grupo de distinguidos académicos creó lo que aún se conoce como el Club de Roma, cuya proclama inicial se materializó en el célebre libro Los límites del crecimiento (1972), donde advertían, con agudo acento catastrófico, el cercano aniquilamiento de la Tierra debido a la escasez de comida, de sus materias primas, y de los minerales esenciales para sostener la vida.

Ninguno de tales pronósticos, por fortuna, se cumplió. La Revolución Industrial, que sobrevino durante la segunda mitad del siglo XVIII, con epicentro en el Reino Unido, y la primera revolución verde de las décadas de los años 60 y 70 del siglo anterior, con epicentro en las Américas y el Sudeste Asiático, rompieron la leyenda del fatalismo. El transporte y la agricultura –esta última liderada por las hazañas del fitopatólogo norteamericano Norman Borlaug (1914-2009), laureado con el premio Nobel de Paz en 1970, en asocio de colegas suyos indios y filipinos– sacaron la cara por el progreso y el crecimiento económico, de suerte que las anunciadas hambrunas finalmente no ocurrieron. No fue cosa distinta al triunfo de las tecnologías sobre las ideologías. O sea, de la utopía del bienestar y la supervivencia, sobre los recurrentes mitos conservacionistas.

Desde entonces, el control de la natalidad se convirtió en un imperativo planetario. Aparte de la amplia diversidad de métodos anticonceptivos, cuatro factores socioeconómicos y culturales han constituido la clave para el freno de la explosión demográfica. En primer término, el acceso al mercado laboral de la mujer, gracias a su escolaridad universitaria, hoy superior a la de los hombres. Segundo, el descenso de la mortalidad infantil, que históricamente había sido un detonante de la fertilidad. Tercero, la educación obligatoria de los niños, hasta hace poco virtualmente inexistente en las zonas rurales y por tanto sometidos al trabajo prematuro para el sostén de sus propias familias. Y, finalmente, el creciente apetito por la soltería como modo de coexistencia independiente y libre.

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La tendencia se ha invertido. Ahora la probabilidad de que el pico poblacional se alcance en el año 2050 y, a partir de allí, comience su reducción, es más alta que nunca. Los resultados empiezan a sentirse. El envejecimiento generalizado de la gente, la carestía de mano de obra de talento y bien preparada, la creciente carga fiscal de la seguridad social signada por cada vez menos jóvenes nutriendo financieramente a cada vez más viejos, comprenden los nuevos retos de la humanidad de cara al futuro. Las respuestas asimismo van apareciendo. Quién lo creyera: los países económicamente más avanzados, subsidiando la procreación.

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Menos mascotas y más bebés es lo que con urgencia requiere la humanidad.

*Ex codirector del Banco de la República y Ecopetrol y ex ministro de Agricultura.

Por Carlos Gustavo Cano Sanz

Economista de la Universidad de los Andes; con maestría de la Universidad de Lancaster; posgrado en Gobierno, Negocios y Economía Internacional en la Universidad de Harvard. Fue ministro de Agricultura, director del Banco de la República y director de Ecopetrol. Actualmente es profesor de la Universidad de los Andes.
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