Sin la explotación de nuestros abundantes yacimientos no convencionales de hidrocarburos –petróleo y gas–, mediante la técnica de la fracturación hidráulica o fracking, Colombia sacrificaría su soberanía energética. Torpe paso ha sido su prohibición oficial por razones puramente ideológicas, sin sustento científico serio alguno.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
En el caso del gas natural, perdimos la autosuficiencia por la paralización deliberada de los proyectos piloto en marcha, y de los ‘costa afuera’ en el Atlántico, que nos habrían evitado el golpe que se avecina contra los bolsillos de los hogares más vulnerables del país.
La cuenca del Magdalena Medio, particularmente a lo largo de los corredores Barrancabermeja-Puerto Wilches y Aguachica, además de otros territorios como Putumayo y Arauca, según los más destacados expertos, lucen altamente promisorios para el aprovechamiento de hidrocarburos atrapados en sus rocas de baja permeabilidad.
La afortunada experiencia de Ecopetrol en la zona del Permian, precisamente en el empleo del fracking, entre Texas y Nuevo México en Norteamérica, en asocio de la compañía Occidental, debe ser analizada con todo rigor y objetividad. Se trata de la operación más rentable en términos de utilidades, y menos contaminante en términos de la huella de carbono, o sea de las emisiones de gases de efecto invernadero, entre todas las que ha adelantado nuestra emblemática empresa.
Adicionalmente, su producción representa el 15 % de la totalidad del grupo Ecopetrol, que gracias a ello aún exhibe, a pesar de la manifiesta obsesión del actual gobierno de entorpecer su desenvolvimiento, una senda sostenida. De no haber sido así, su balance habría resultado negativo, dado el desplome de su operación local, y del desmonte de su sin igual staff técnico.
Haber ingresado desde 2019 a la más importante cuenca del mundo en alianza con una de las compañías más respetadas globalmente –la cuenca que le ha permitido a Estados Unidos consolidarse como el mayor productor–, representa un paso superlativo en el camino de su internacionalización, y en el aprendizaje por parte de nuestros talentos humanos en tan complejas materias.
El cuento de la ‘solución final’, representada por la tan cacareada transición energética, resulta cautivante, como toda falacia. Por supuesto, no solamente hay que darles la bienvenida a las energías renovables clásicas –solar, eólica, geotérmica, hidrógenos de todos los colores, etc.–, sino también brindarles todo el apoyo posible a través de incentivos sostenibles y apropiadamente dirigidos y asignados.
Sin embargo, es menester entender que su contribución a la seguridad energética constituye, por lo pronto, apenas un mero elemento de adicionalidad marginal. De ninguna manera de sustitución. Por el contrario, querámoslo o no, la dependencia planetaria de los hidrocarburos proseguirá al menos durante el próximo siglo, si no más.
En efecto, la tierra que habitamos continuará demandando por mucho tiempo, en proporciones crecientes, cuatro elementos. Amonio, matriz del nitrógeno y esencia de la fertilización del suelo para la alimentación humana y animal. Plástico, el material núcleo de la medicina moderna, la informática, las comunicaciones y la inteligencia artificial. Y acero y cemento, materias irreemplazables para la construcción de vivienda e infraestructura al servicio de la población. Todos, sin excepción, predominantemente intensivos en el empleo de los combustibles fósiles.
Para no mencionar minerales como cobre, litio, cobalto, níquel, y las mal llamadas tierras raras, indispensables en la fabricación de baterías, paneles solares, turbinas de viento, vehículos eléctricos, y demás artefactos portaestandartes de la tan invocada transición.
No nos equivoquemos. Sin fracking no habrá paraíso.
*Ex codirector del Banco de la República y Ecopetrol, y ex ministro de Agricultura