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Deseo de Navidad, que el derecho a reparar se tome la escuela

Carolina Botero Cabrera

20 de diciembre de 2025 - 12:03 a. m.

En países como Colombia existe un mercado de reparación significativo que prolonga la vida útil de equipos y dispositivos. Reparamos, sobre todo, por necesidad y por economía, pero cada vez más también por razones ambientales. Todo esto ocurre sin una política pública que fomente la reparación y reconozca su aporte a la sostenibilidad y a la economía circular. En 2026 esto cambia, al menos para pensar en respuestas interesantes a la pregunta de ¿por qué seguimos enseñando a consumir, pero no a reparar?

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Hace dos décadas, el debate sobre tecnología en el aula enfrentaba dos modelos: un computador por estudiante o equipos compartidos en las escuelas. Colombia optó por el segundo y ajustó su modelo, incluyendo que no habría recursos suficientes para comprar solo equipos nuevos. Así nació Computadores para Educar (CPE), con una apuesta pragmática e inteligente: no solo comprarían equipos, recuperarían computadores desechados para reacondicionarlos y llevarlos a las instituciones educativas.

En más de dos décadas de historia, muchas cosas han ocurrido en CPE -buenas, malas, criticables, etcétera- pero resalto en lo positivo la creación del Centro Nacional de Aprovechamiento de Residuos Electrónicos (CENARE). CENARE surge porque reacondicionar equipos de segunda mano requiere hacer una adecuada gestión de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE). Hoy es una planta moderna donde procesan unas 120 toneladas anuales de RAEE y otros residuos peligrosos. Sin embargo, durante todo ese tiempo, la tecnología en el aula y la sostenibilidad ambiental coexistieron sin conectarse dentro del CPE.

Ese vínculo comenzó este año. Con su nueva estrategia “Tecnologías para aprender”, CPE redefine el papel de la tecnología ya no como un fin, sino como un medio al servicio del aprendizaje. En esa nueva estrategia hay un elemento particularmente interesante que es la decisión de llevar la experiencia del CENARE al aula, incorporando la reparación en la práctica pedagógica. Esto cambiará al CENARE, que irá más allá del reciclaje a apropiarse de las otras dos “R” de la economía circular: reducir y reutilizar. Por su parte incluir a las instituciones educativas, a docentes y estudiantes en la estrategia puede significar un revolcón pedagógico en las aulas.

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Oscar Sánchez, director de CPE, me explicó hace unos meses que este componente se concretará mediante la creación de Clubes Técnicos Escolares (CTE), espacios donde se enseñará a reparar y reutilizar los equipos disponibles en las aulas. Se trata, en el fondo, de un cambio cultural: promover la reparación como un eje estructural de una política pública educativa y ambiental.

En medio de la crisis climática, CPE ocupa una posición privilegiada para fortalecer la economía circular. Al final se trata de invitar y promover, con legitimidad, a producir y consumir aprovechando al máximo los recursos; a no usar algo una sola vez y desecharlo; a aprender a reducir, reutilizar, reparar y reciclar; a dar nueva vida a los aparatos, generar menos residuos y usar menos recursos naturales para construir sistemas más sostenibles y eficientes.

CPE acompañará a docentes y estudiantes en el desarrollo de habilidades que tienen mucho sentido en el mundo real, no solo técnicas, sino también de liderazgo y participación cívica. Estos clubes servirán para formar en ciudadanía digital, saldrán de allí con conciencia del impacto ambiental y solucionando problemas concretos. No me sorprende que organizaciones de la ONU (como PNUD o ITU), hayan mostrado interés en apoyar esta estrategia, eso es interesante pues para tener éxito van a necesitar aliados.

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Vale la pena mencionar un aspecto especialmente innovador: la forma en que se lanzó esta iniciativa -en la que participé activamente ayudando a organizar-. No se presentó en un evento cerrado entre expertos en Bogotá. Por el contrario, el lanzamiento reunió en la capital a equipos de docentes y estudiantes de bachillerato provenientes de distintas regiones del país. La semana pasada llegaron más de cien personas desde Santander, Córdoba, Putumayo y Antioquia, además de equipos de Villavicencio y La Calera. Quienes vinieron ganaron retos de reparación propuestos en eventos regionales de CPE o ya están reparando equipos. Estas personas llegaron para participar durante dos días en un espacio de intercambio de experiencias, aprendizajes y visiones sobre cómo materializar el derecho a reparar en una sociedad cada vez más mediada por la tecnología.

Hace más de diez años escribo esta columna y, por estas fechas, suelo hacer mi carta al Niño Dios. Este año resulta especialmente satisfactorio poder desearles felices fiestas sin una lista de deseos. Más bien, me siento como una elfo de Papá Noel: durante 2026 espero poder seguir apoyando a CPE, ahora en la implementación de una centena de Clubes Técnicos Escolares en todo el país. Me entusiasma pensar que, en esos espacios, el derecho a reparar dejará de ser una aspiración para convertirse en una realidad.

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