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La Electronic Frontier Foundation (EFF) es una organización sin ánimo de lucro de Estados Unidos que protege la libertad de expresión en el entorno digital y cada año entrega un premio celebrando los logros de quienes trabajan por los derechos digitales. Este año fui una de las ganadoras junto con Connecting Humanity y 404 Media.
Entre los ganadores pasados han estado Chelsea Manning, Aaron Swartz, Alexandra Asanovna Elbakyan, Mozilla Foundation o Linus Torvalds. En la lista solo veo de América Latina a Frank LaRue, así que me enorgullece mucho ser la primera mujer de la región reconocida en más de 30 años de historia de este premio.
Mi primera reacción fue decir que cualquier logro que se me reconozca es resultado de un esfuerzo colectivo. Como en cualquier premiación, agradecí a organizaciones, grupos y personas que me han enseñado y acompañado. Omito la lista de agradecimientos, es demasiado larga. Mejor les contaré algunas de las reflexiones que compartí en la premiación.
Indiqué que son tan importante los logros públicos, como los que suceden tras bambalinas y se celebran muchas veces en la intimidad con una sonrisa. Por ejemplo, un tema que recientemente adquirió importancia en la agenda pública colombiana ha sido el del rol que tiene el Estado para coordinar la respuesta a incidentes y la atención a vulnerabilidades de seguridad digital en sistemas públicos. Quizá fue el caso del INVIMA el que mejor develó el problema, sin embargo, Karisma -donde trabajo- viene sensibilizando desde hace aproximadamente una década sobre esto. Inicialmente nos enfocamos en algo práctico: que el gobierno no percibiera que cuando alguien le advierte sobre una vulnerabilidad ello equivale a ser una amenaza de seguridad nacional o un criminal.
El punto de partida de muchas de estas discusiones sobre seguridad digital es la desconfianza entre los diferentes actores involucrados: sector público, privado y sociedad civil. Con paciencia y colectivamente hemos ido construyendo capacidad y superando barreras para abrir la discusión.
Mirando atrás, el trabajo silencioso ha sido más eficiente que las campañas públicas. Acá el éxito se mide en cómo evitamos, colectivamente, que grandes cantidades de datos personales puedan rondar por internet. Con el tiempo en Fundación Karisma nos convertimos en interlocutores de pleno derecho que construyen capacidades y puentes en estos temas.
Hoy hay dos proyectos de ley en el Congreso en temas de seguridad digital con preocupaciones de derechos que ponen en el centro a las personas. Aunque hay tensiones políticas, también hay consensos sobre la necesidad de que alguno se apruebe. En estos temas ya no me siento sembrando en el desierto o que me ignoran, el escenario ha cambiado.
El reconocimientos que recibí de EFF es valioso también porque puede ayudar a involucrar a más personas en lo que serán los desafíos del futuro para mantener un espacio digital respetuoso de los derechos humanos y que busque la justicia social. “Se requiere una aldea para criar a un niño”, dicen en África. Yo digo que se requiere una comunidad para enfrentar los retos que supone la montaña rusa de cambios tecnológicos que se avecina. El desafío de promover y defender derechos es colectivo, y solo en colectivo podremos hacer prospectiva y prepararnos para un entorno tecnológico de gran incertidumbre.
Los otros ganadores fueron dos iniciativas recientes que me hicieron pensar en algunos de los retos que vendrán: acceso a investigación periodística de calidad y acceso a internet en medio del conflicto.
404 Media es un proyecto de periodismo de investigación tecnológica que me habla de la importancia de construir conocimiento y me recordó la función de los periodistas de controlar al poder, que cada vez más está atravesado por la tecnología, lo que además es costoso.
Connecting Humanity es una iniciativa con una misión universal que en este momento se concentra en uno de los retos para la población palestina en Gaza. Ante la realidad del bloqueo de internet por parte del Estado de Israel en Gaza, y que StarLink solo funcionará donde sea autorizado por ese país, esta organización pide donaciones de eSims (tarjetas virtuales para celular) que luego son suministradas a periodistas, estudiantes, médicos y un largo etcétera.
Cuando hablé con Mirna El Helbawi, quien dirige los esfuerzos de Connecting Humanity desde Egipto, pensé que las mejores iniciativas y organizaciones de sociedad civil han nacido de la rabia. La rabia es un detonante para quienes hacemos activismo que nos impulsa a buscar cambios. También fue mi motor hace más de veinte años cuando empecé a trabajar en temas de derechos digitales.
Tener la capacidad de orientar en forma productiva ese sentimiento debe ser una característica de quienes somos activistas y que será útil frente a los cambios tecnológicos que se vienen.
Ojalá las rabias que vienen despierten muchas nuevas iniciativas para cambiar el mundo, defender derechos y lograr justicia social.