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La Red Colombiana de Periodistas con Visión de Género (RCPVG) y la Fundación Karisma -donde trabajo- publicaron recientemente el informe “Periodistas sin acoso: violencia machista contra periodistas y comunicadoras en Colombia” que presenta los resultados de una investigación sobre el panorama de las violencias que sufren las mujeres periodistas y comunicadoras en Colombia. El escenario que nos muestra es profundamente negativo y debe servir para el cambio que les permita a las periodistas vivir y trabajar sin acoso.
La investigación aborda las violencias tanto en el entorno digital como fuera de la red. No solo analiza las violencias que sufren las mujeres incluyó también la experiencia de las personas LGBTI y entre los encuestados y entrevistados había hombres, se trata de un intento por tener una mejor idea de la complejidad de la realidad.
El informe es fuerte, pues se adentra en la experiencia vital de hombres y mujeres cuya cotidianidad está en un ambiente donde la violencia se ha normalizado, aunque muestra también que ésta se ensaña especialmente con ellas. En el periodismo, el cuerpo, la ropa, las actitudes u opiniones de las mujeres están bajo constante escrutinio y crítica.
La investigación pudo establecer también que estas violencias se viven con frecuencia en silencio y soledad, pero, sobre todo, que están tan normalizadas que se han integrado a una cultura que las invisibiliza y de la que las propias mujeres forman parte. Las mujeres minimizan e ignoran con demasiada frecuencia estas violencias para poder continuar en sus trabajos y vidas.
Efectivamente el informe es expreso al decir que “tanto mujeres como hombres periodistas tienen normalizadas las violencias basadas en género en sus prácticas cotidianas. Sin embargo, de acuerdo con los resultados de esta investigación, el más alto porcentaje de quienes las padecen son ellas. Sus relatos revelaron que aprenden a evadirlas o minimizarlas, mientras que sus jefes, en su mayoría, aprovechan su posición de poder para ejercer las violencias”. No podemos dejar pasar esto sin que nos deje huella.
El 73% de las mujeres que participaron en esta investigación indicaron que han sufrido violencias psicológicas, en tanto que 67% de ellas indicaron que sufrieron de acoso sexual. En el caso de los hombres el 71% mencionaron violencia psicológica y 52% física.
Por otra parte, los resultados confirman que las violencias de género son ejercidas en gran medida por personas conocidas, incluso cercanas a la víctima y usualmente hombres. Para las periodistas y comunicadoras que experimentan violencia psicológica el 36,6% de sus agresores son hombres que ocupan cargos de supervisión o dirección, mientras que el 24,4% son colegas, es decir un 60% de sus victimarios son conocidos, personas con quien comparten su cotidianidad, frente a un 11% que son usuarios anónimos en internet.
Cuando lo que enfrentan es acoso sexual también son hombres sus acosadores, en el 38,8% se trata de jefes o supervisores, mientras que el 27,2% son las fuentes, que sumados representan un 51,3%. Estas violencias sexuales tienen lugar sobre todo en lugares cerrados y en las redes sociales.
Ser mujer es, por sí misma, una razón detonante de violencia. También lo es ocuparse de temas “duros” del periodismo (política, economía, conflicto armado o deporte, por ejemplo), criticar a personalidades públicas, trabajar en temas feministas y opinar en redes sociales. Pero, además, ser afrodescendiente o tener una identidad de género u orientación sexual diversa es un elemento que amplifica la violencia.
El impacto de estas violencias en las periodistas es muy real, la autocensura constituye el principal efecto. La autocensura se refleja no solo en que se deja de hacer el trabajo o aquello que a la persona más le gusta, significa también no denunciar. La inseguridad es otro efecto, que además se materializa e impacta en el estado anímico y autoestima de estas mujeres. Cuando la violencia se manifiesta en lo digital la víctima con frecuencia abandona el espacio, al menos temporalmente. Si los comentarios que les hacen incluyen amenazas y datos muy personales, como el lugar donde viven, el estrés y el miedo que sufren son sentimientos muy reales.
Como sociedad debemos enfrentar esta situación, no solo porque estas mujeres merecen un desarrollo personal y profesional libre de violencias, sino también porque como sociedad debemos poder escucharlas, tener sus voces en el espacio público es lo que ofrece más diversidad y aporta a cambios culturales.
El informe incluye una serie de recomendaciones. Entre ellas destaco que se le pide al Estado y al gobierno fortalecer la capacidad de respuesta de las instituciones que reciben estas denuncias, investigan, juzgan, sancionan y protegen a las víctimas, también se les pide que exijan medidas, tanto a los medios como a las empresas de tecnología para que enfrenten y eviten estas violencias. Las autoras piden a los medios de comunicación entre otras cosas que hagan diagnósticos y tomen medidas de capacitación y desarrollo de políticas para enfrentar el problema. A la academia y a las organizaciones de periodistas se les sugiere que adopten medidas para modificar desde la raíz una cultura permisiva que ha normalizado esta problemática. Finalmente, a las empresas de tecnología les piden por ejemplo mejorar sus políticas y las herramientas de comunicaciones y transparencia con que cuentan.
