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El autor escondido y revelado

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Carolina Sanín
13 de febrero de 2009 - 01:09 a. m.
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En su página web, el Carnaval de las Artes de Barranquilla anunciaba este año la participación de Roberto Saviano, autor de Gomorra. Identificaba al invitado con la sola frase: “Escritor de Italia perseguido por la camorra”.

Hacía eco de los artículos que la prensa ha dedicado al autor y que dan más relevancia a la reacción de la mafia frente a su obra que a las cualidades de ésta. Quienes recomiendan Gomorra apoyándose en las circunstancias de Saviano parecen sentir un cosquilleo de morbo y conmiseración, y vivir cierta fantasía de apropiación, como si conocieran el escondite del perseguido y lo defendieran de los perseguidores. Su énfasis no sorprende en nuestra sociedad del espectáculo, donde las funciones que da un escritor tienen más relevancia que las que su escritura pueda cumplir.

Roberto Saviano no es un personaje insigne porque lo persiga la mafia (que persigue a miles como a él) ni tampoco es un gran escritor porque haya vendido no sé cuántos miles de ejemplares (en todo caso, muchos menos que los productos que venden cada día quienes quieren verlo muerto). Es un escritor admirable porque su libro es bello, está excepcionalmente bien hecho y es significativo para la historia de la literatura.

A partir del estudio sistemático de la mafia napolitana, Gomorra invita al lector a recomponer el viaje que hacen los bienes de consumo alrededor del mundo y al margen de la ley. Para aprovechar la invitación, el lector debe desplazarse, a su vez, al margen de la ley literaria: debe desconocer las distinciones entre realidad y ficción, objetividad y subjetividad, y memoria y documento. Al cabo del viaje, puede oír el lenguaje que usan las mercancías (la ropa de diseñador, las drogas, las armas, los materiales de construcción y la basura) para hablar entre sí y para hablar del valor de la vida humana.

El relato de Saviano presenta una versión alternativa de la globalización de la economía y el poder. Su retrato del puerto de Nápoles cifra la pequeñez del mundo, mientras que sus descripciones de los arrabales napolitanos llenan de ángulos inaccesibles ese mundo. Es en esos ángulos donde el autor se ha ocultado de sus lectores antes de ocultarse de sus aludidos. A lo largo de Gomorra se asoma intermitente, alternando en los papeles de nativo del mundo de la mafia, visitante e infiltrado, haciendo de su autoridad testimonial la mayor incógnita de su historia. Después se revela, convertido en una imagen, en la prensa: entre la invisibilidad y la visibilidad, repite la ruta del contrabando que se esconde en Nápoles para reaparecer luego en todas partes.

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