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Florence Thomas consigue persuadir y emocionar con su compendio Florence de la A a la Z. La alternación del pathos, la ternura y la vehemencia en su estilo literario da a sus textos un matiz de impertinencia que contribuye a reforzar los puntos ideológicos que presenta.
A veces en tono de manifiesto, a veces en son de himno y a veces como un ensayo sociológico, el libro esboza una utopía responsable para la cura de Colombia: exhorta a asumir una conciencia crítica frente a la sociedad patriarcal cuyo sello es la guerra, y lanza una propuesta para la comprensión de una nueva ética del amor como ejercicio inaugural de una ciudadanía incluyente, enriquecida con la experiencia del lenguaje y la vida desde la perspectiva de las mujeres.
Florence de la A a la Z se basa en la presentación de un léxico redefinido a través de la mirada feminista, y tiene una estructura interna inusual: todos sus pasajes son, de alguna manera, el mismo; el mismo, pero diferente. Esta autorreferencia en trance de desplazamiento, que permite que los conceptos se resignifiquen en círculos concéntricos con creciente intensidad, insinúa sutilmente una reflexión sobre la expresión femenina. Sin embargo, esta fertilidad interna casi inaprensible contrasta con una rigidez metodológica externa: para presentar los contenidos, la autora, que insiste en la diferencia radical del pensamiento de las mujeres, recurre al seminal modelo alfabético implementado por las colecciones de sermones morales (masculinos) de la Edad Media. En últimas, esta aparente inconsistencia arroja una luz sobre las ironías inherentes al feminismo. Encuentro otra ironía en la ausencia de la menstruación, omnipresente tabú del patriarcado, entre las entradas del libro. En 350 páginas, se alude al tema cuatro veces y de manera oblicua. Sólo se menciona la palabra una vez, al final del libro, para expresar el alivio por la llegada de la menopausia.
Pocos podrán negar que es urgente reconocer que el machismo está en la raíz de la disfuncionalidad colombiana. Discrepo de cierta homogenización que el libro hace de las mujeres, disiento de algunas de sus consideraciones sobre la escritura femenina, dudo del género como una categoría irreductible, y me parecería redundantemente ocioso titular esta columna “Desocupado lector o desocupada lectora”. Aunque este no es el lugar para que yo elabore al respecto, sí lo es para recordar que el hecho de que quiera hacerlo debe mucho a Florence Thomas y a los espacios para el debate que su escritura ha abierto en Colombia.
