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Pronto saldrá a la venta la traducción española de Las viudas de Eastwick, la última novela que publicó John Updike.
Treinta años después de separarse, las protagonistas de Las brujas de Eastwick (1984) se reúnen para regresar al pueblo donde la maledicencia tiene presente el crimen que, por celos y por arte de magia, cometieron al final de su juventud. A través de la renovación de su amistad y su pacto hechicero, las tres mujeres animan la cotidianidad de su viudez y buscan la manera de expiar sus culpas.
Elocuentemente, Updike cierra su vida novelística con una obra que contempla la pervivencia de los hombres muertos en el recuerdo de las mujeres que los desearon y supieron leerlos. Pero no es ésta la única instancia en la que el contenido de la novela refleja el acto de su escritura. Al retomar a sus brujas, Updike genera la fantasía de que la vida de los personajes literarios continúa por fuera de la ficción. Con ello pone de relieve el poder taumatúrgico del narrador, comparable al que ostentan las protagonistas de la novela.
Como las brujas de Eastwick, Updike se sirve de fetiches para adelantar su arte. Sustenta la verosimilitud de sus historias en la especificidad de los objetos que, más que ataviarlas, las determinan (BMW y Ford Taurus, establecimientos de Dunkin’ Donuts, supermercados Stop & Shop, yogures de arándanos). El énfasis que pone en el poder de lo concreto hace que la imaginación, lejos de interpretar la realidad, parezca tener la simple función de constatar su materialidad. Pero la minucia del mundo descrito también hace que la experiencia de la lectura adquiera la calidad de lo personalmente vivido. Esta operación, algo diabólica, quizás resuma la hechicería del autor.
El placer que ofrece la prosa sin fisuras de Updike se ve atenuado en esta novela por algunos parlamentos largos e improbables que barajan teorías acerca de casi todo, y por ciertas digresiones que parecen de relleno. El lector tendrá ocasión de aburrirse con los viajes de las brujas a Egipto y a China, con la descripción de un paseo a lomos de un camello y con una explicación sobre la conducta de los electrones. Pero podrá saltar decenas de páginas sin echar nada de menos y con el incentivo de encontrarse, al caer, con un nuevo giro de la trama. En algunas partes la lectura resulta tediosa como ver las fotos de un viaje ajeno, y en otras es amena como escuchar chismes bien contados sobre los turistas que hacen el viaje.
