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Mr. Stone y las palabras graves

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Carolina Sanín
12 de septiembre de 2009 - 01:02 a. m.
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CUANDO ERA ESTUDIANTE EN LOS Estados Unidos, una compañera angloparlante me preguntó por qué yo pronunciaba el apellido “Almodóvar” con acento en la o cuando nombraba al cineasta español en una conversación en inglés; por qué no decía “Almodovar”, en el original, con el acento en la última a.

 Con buena voluntad, pretendía enseñarme a no avergonzarme de mi lengua, en la que, según ella creía, todos los nombres debían ser agudos (como “Valdez”). Al mismo tiempo, quería mostrarme que ella no era como esos gringos ignorantes que convertían las palabras españolas agudas en graves para anglizarlas. Ella votaba por el Partido Demócrata y se indignaba ante las injusticias del mundo. Ergo, conocía el castellano, lengua de oprimidos, a pesar de ser monolingüe.

 La semana pasada, La W Radio habló con el cineasta estadounidense Oliver Stone, que también se indigna ante las injusticias del mundo, sobre su nuevo documental Al sur de la frontera, cuya figura central es el presidente Hugo Chávez. Stone insistía en decir “Chavez”, con acento en la e, a pesar de que su interlocutora colombiana le preguntaba repetidamente por Chávez. La falta de atención del entrevistado, que le ha impedido oír cómo se pronuncia el apellido de su héroe, no augura que su película brille por la agudeza. La condescendencia con que el cineasta se dirigió a la reportera (metiéndole el cuento de que en Estados Unidos había tan poca libertad de prensa como en Venezuela) no promete, por otra parte, que el tono del film diste de ese grave colonialismo bienpensante que insulta la conciencia crítica de los latinoamericanos.

 No he visto el documental, pero tanto las opiniones maniqueas de Stone sobre la política hemisférica (“Hay algunos americanos buenos. Por eso estoy aquí, para recordárselo”) como sus exhortaciones primitivistas (“Colombia, despierta: Chavez no es el demonio. Es un buen tipo”) me bastan para adivinar su irrelevancia. Stone, famoso por su desconocimiento de la ironía, dice haber hecho un film sobre la “revolución” latinoamericana, y sin embargo el trailer de su película nos representa como una realidad simple, doméstica y pintoresca: con el mismo paternalismo con que los liberales estadounidenses nos suelen imaginar.

En una escena del trailer, el director le dice al anciano Raúl Castro: “usted es el abuelo, el padrino”. Castro tiene la lucidez de responder que no es un padrino, que aquí “todos son mayores de edad”. Otra escena muestra al presidente Evo Morales jugando al fútbol con el director en un jardín. Uno se pregunta qué busca transmitir: ¿que Morales es manso, juguetón, como de la casa, como un niño en un jardín?

En cuanto al presidente de Venezuela, el show que dio en Venecia, donde se estrenó el film, es de los más pobres que ha dado. Vestido a juego con su director, firmaba autógrafos y jugaba como un niño, sobre la alfombra roja de la casa ajena (que se llama igual que la suya pero sin diminutivo), a ser actor: un actor que, bajo la dirección de un adulador que no entiende su lengua, hace el papel de un latinoamericano tan poco crítico que se deslumbra con el cine demagógico y bobo de Oliver Stone.

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