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Una autobiografía plural

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Carolina Sanín
27 de febrero de 2009 - 02:48 a. m.
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“El mundo es un lugar”, le dice durante una caminata nocturna un “filósofo del Blues” a Barack, un joven líder comunitario.

“Así que el mundo es un lugar. Ajá”, repite Barack, sin interpelarlo. En su irónica desubicación, esa frase con eco, a la vez obvia y absurda, parecería ser una clave para la lectura de la obra en la que está inserta: una obra que intenta explicar que el mundo es tan solo un lugar, amueblado con las narrativas que cada vida deja en él, y un solo lugar, en donde lo doméstico y lo público coinciden como capas traslúcidas de un mismo paisaje cuya complejidad sólo puede observarse si se reconstruye el propio recorrido a través de los recorridos de los otros.

En Sueños de mi padre, el estudiante de derecho Barack Obama narra la búsqueda de un compromiso que dé sentido a su identidad mixta (de originario de Kenya y Kansas, de blanco y negro, de miembro de una minoría en desventaja y beneficiario de una educación privilegiada), y describe el descubrimiento de su padre desconocido, extranjero y muerto, cuyas huellas están dispersas en un relato polifónico que resuena en Hawai, Kenya, Chicago y Nueva York. Se trata de una reflexión sobre la raza, la clase, la filiación y la nacionalidad como vínculos entre la exploración individual y la historia crítica de la sociedad.

Si se me permite el oxímoron, también por escrito Obama es un orador formidable. La tensión dramática del libro no decae en sus 450 páginas, donde el tono conversacional se combina con una admirable destreza retórica: cada introspección se ve enriquecida por un contrapunto y cada circunstancia está observada dentro de un contexto cuidadosamente construido y desde diversos puntos de vista.

Obama demuestra que también el ámbito literario y el político son capas de un mismo mundo textual y se translucen mutuamente. En la medida en que asume hasta las últimas consecuencias los retos que impone el género autobiográfico, esquivando la autoindulgencia, el sentimentalismo, la disculpa y el panegírico, logra abrir el yo narrativo y transformarlo en un “nosotros”. Al hacerlo, ilustra literariamente el sentido más profundo e integral del concepto de representatividad democrática.

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