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A la vicepresidenta

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02 de septiembre de 2022 - 05:00 a. m.
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Entiendo que no ha pasado un mes siquiera desde su posesión, pero un mes es poco menos que una eternidad para un niño que recibe a lo más un plato de comida por día. Y para su mamá, por supuesto.

Con riesgo de sumarme a la larga fila de ciudadanos que se han tomado la libertad de encasillarla en nichos mal imaginados, me he atrevido a pensar que es usted la autoridad que más claramente puede entender lo que he afirmado arriba. Recurro a usted para solicitarle haga lo imposible por empujar para que se implementen cambios necesarios y no perdamos una generación más de niños que por falta de los recursos más básicos se quedan sin educación, además de ganarse el sinnúmero de problemas que les traerá la mala nutrición en su niñez.

Durante largos años de trabajo con niños de familias muy empobrecidas en una comunidad de la periferia del país donde la inmensa mayoría de los habitantes sobreviven en condiciones aterradoras, he sido testigo de cómo, a pesar del enorme esfuerzo que hacen muchos padres para que sus niños asistan a sus colegios, los pocos que logran obtener el título de bachiller no estarían en capacidad de competir con un niño de quinto grado de primaria de un colegio de la capital. Seguramente no son pocas las causas que explican semejante afirmación –y a quienes cuestionen su validez los invito a que visiten una comunidad marginada de la periferia de Colombia–, pero están entre ellas, sin duda, la inadecuada e insuficiente alimentación a lo largo de toda su edad de crecimiento y las dificultades que conlleva la necesidad que tienen los padres de permanecer largas horas fuera del hogar para conseguir muy poco más que la remesa del día siguiente. Además de la ausencia de estímulos intelectuales y de protección infantil y juvenil en las comunidades marginadas de Colombia. Con hambre y sin apoyo ni incentivos tangibles que le permitan a un niño entender el valor de la educación, es ya un milagro que muchos de ellos aprendan a deletrear el alfabeto, lo que en Colombia se cataloga como alfabetismo pero dista mucho de saber leer, a sumar y tal vez restar, aptitudes que hubieran sido insuficientes para sobresalir en el siglo XIX.

Ahora, bien sabemos que en estas comunidades son más los estudiantes que desertan antes de terminar el ciclo de educación media que aquellos que se gradúan. No es exagerado entonces decir que nuestros niños nacen con un aviso en la frente que dice “condenado” y no importa lo que hagan, crecerán, como las generaciones que los precedieron, para hacer los trabajos más denigrantes, sucios, físicamente extenuantes y peor pagados, asegurando así que la vida de los nuevos niños que nacen, con notables excepciones, imite la de sus padres.

Es por esto, respetada señora, que le ruego interceda para que se dé inusual premura a la eliminación de los obstáculos que impiden a los niños de las familias más vulnerables de Colombia soñar siquiera con una cama limpia y una comida completa, mucho menos con una educación que los prepare para romper la barrera que atajó a sus padres, a sus abuelos y que ya está erigida para atajarlos a ellos mismos.

Muchas generaciones hemos dejado perder a lo largo de nuestra historia y sería imperdonable perder otra más.

Ricardo Gómez Fontana

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