Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La ciudad estaba llena de historias tristes y, algunas veces, para alegrar el ánimo de quienes queremos se hacen regalos. Medellín quería cambiar, era difícil, tenía una historia dolorosa encima, pero cuando la angustia, el sufrimiento, la nostalgia y el desconsuelo están en el aire, el desahogo se encuentra en el arte, que canaliza sentimientos y ayuda a encontrar formas esperanzadoras de ver el futuro. El problema era que Medellín era una ciudad grande que seguía creciendo, necesitaba arte, pero un arte grande para sanar. En 2000 se inauguró tal vez el mejor regalo que haya recibido una ciudad: una colección de arte inmensa, pero no solo eso, recibió una plaza, una plaza grande con esculturas grandes de un gran maestro, piezas de arte que quedan a disposición de la ciudad, esculturas para contemplar, para fotografiar, para tocar, para reír, para encontrarse. Por primera vez en muchos años había un lugar y una imagen diferentes a los de la ciudad triste.
La donación del maestro Botero fue inmensa, su gestión para la consolidación del hoy Museo de Antioquia es invaluable, pero las esculturas que decidió regalar para disponer en el espacio público están cargadas de un simbolismo que hizo conectar a las personas con una imagen divertida y sensual de la ciudad. El centro, donde están el museo y la plaza, no es un lugar fácil, pero ahí resisten las esculturas, ahí resiste el arte, ahí las visitamos, ahí las conocemos, ahí las queremos, no hay persona en la ciudad de Medellín que no reconozca a “los gordos”, ellos acompañan a turistas, fotógrafos, vendedores y habitantes de calle, cualquiera los conoce, todos los disfrutan.
La importancia de los espacios públicos en las ciudades está en que son el lugar para el intercambio social y cultural a través de la conversación y el ocio, sin estar necesariamente intermediado por canjes comerciales; de ahí la relevancia de tremendo regalo del maestro Fernando Botero a la ciudad de Medellín. Creó una excusa para hablar, que a la larga construye tejido social; aquí no interesa si nos parece bonito o feo, ahí está la magia, nos pone a conversar, a debatir, a contemplar, a imaginar.
El arte es importante en las ciudades porque no solamente las embellece, sino que les otorga identidad, reconocimiento y puntos de referencia, elementos fundamentales para la apropiación social de los lugares. Botero invitó a la ciudad de Medellín a pensarse en otra clave, a buscar lenguajes e imágenes diferentes para mostrar al mundo, entregó la oportunidad de reconocer la necesidad de espacios para la contemplación, la reflexión y la conversación. Es una obra que continúa en construcción; mientras la ciudad crece y cambia, las conversaciones serán otras. La expresión del arte en el espacio público busca que las ciudades sean más resilientes, inclusivas, democráticas y así, ojalá, territorios de paz, porque en Colombia los problemas abundan, pero el arte siempre será refugio.
Tatiana Tamayo Cardona.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com
