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Entre tantas cosas que trajo el gobierno del cambio consigo, buenas y malas, fue una nueva visión sobre el polémico y siempre odiado Congreso de la República, un conglomerado de hombres y mujeres que, se supone, representan la diversidad de nuestro país, aun con todas sus rarezas, vagancias, corrupción, polémica y constantes peleas que solo se ponen de acuerdo para no estar de acuerdo en nada, y que, por ello mismo, unifican a todo nuestro país en una sola cosa: a nadie le cae bien el Congreso. Pero, con el cambio de gobierno, un leve viento de esperanza se alzó por tan infames pasillos que han visto toda clase de animales y micos andando por allí, hasta culebras, pero que no tardó mucho en desvanecerse.
Por segunda vez se ha hundido el proyecto de legalización de cannabis para uso adulto, uno de los puntos claves en el giro de ciento ochenta grados de la política de drogas en un país que tanta muerte ha sufrido por ello; el hecho de que se haya debatido sin parar es un avance, pero su no aprobación es una señal de cómo no basta con que cambie la silla presidencial si el Legislativo no está en la misma sintonía, no con el Gobierno, sino con las necesidades de las personas a las que pretende representar.
“La guerra contra las drogas ha fracasado”, fue lo que dijo el presidente frente a las naciones del mundo, frente a Estados Unidos de América, su principal promotor, y es verdad. Todos esos años han pasado y solo nos han dejado muerte y guerra, terror en las comunas, mientras que los dueños del negocio, que no se ven como jíbaros ni narcos a plena vista, se mantienen campantes con sus transacciones. Es mentira que el Congreso “protege a la juventud y a los niños” haciendo caer con la regulación del cannabis; solo está protegiendo a quienes verdaderamente manejan un negocio que existe, que está ahí por más que quieran negarlo u ocultarlo, como quiera verse, y que es una economía propia, una economía que podría regularse por el bien de los consumidores.
Legalizar es el mejor medio para acabar con el tráfico ilegal, valga la redundancia, porque es la única forma de quitarles el negocio, de generar empleos, pagos de impuestos, normas de salud, sobre aquello que se quiere prohibir y que seguirá existiendo así lo quieran hacer desaparecer una y mil veces. La prohibición del alcohol en Estados Unidos bastaría de ejemplo para eso, pero parece que el Congreso, de nuevo, no sabe ver la realidad tan clara que tiene frente a sí. Solo espero que esta bala perdida cale de algún modo, y que por lo menos eso pueda cambiar, y que por fin estén en sintonía con una realidad que los necesita, y que de no ser así será expresada de otro modo, que les puede salir más caro.
Brayan Francisco Niño Garavito.
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