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Adiós, querido don Alfredo

Cartas de los lectores

06 de febrero de 2025 - 12:00 a. m.

El pasado 30 de enero, Barranquilla se vistió de nostalgia con la partida de Alfredo de la Espriella Zabaraín, el eterno bandolero mayor, el guardián de nuestra memoria, el cronista que supo hilvanar con palabras la historia de una ciudad que, como él, nunca dejó de bailar con la vida.

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A sus 98 años, don Alfredo nos deja un legado invaluable, como esos baúles polvorientos del Museo Romántico que él mismo llenó con tesoros de otras épocas. No es fácil despedir a un barranquillero de su estirpe porque él no era solo un testigo del tiempo, sino su narrador más fiel.

Lo conocí personalmente a inicios de los 80, cuando vivíamos cerca: él en el icónico edificio Greco, una joya del arquitecto Fernando García, frente a la antigua Checa; yo en el edificio Ruiz Quijano, contraesquina del Teatro Colón. Fue Giovanni Varela, amigo y cercano a su hija, quien me llevó a conocerlo en su hogar. Aquella vez, con su chispa intacta, me dijo que había nacido en mi misma “matria chica”, y con gracia añadió: “Mi partida de bautismo reposa al lado del famoso padre Pedro Revollo, con naftalina y todo”. Era así, con esa mezcla de erudición y picardía, que convertía cada anécdota en un festín.

Más tarde, lo vi en su Museo Romántico, donde su pasión por la historia cobraba vida en cada objeto y cada relato. Y hace unos diez años, en Buenavista, volvimos a cruzarnos. Como si el tiempo no hubiera pasado, hablamos de la tierra que lo vio nacer y de los azares del destino que lo trajeron a esta ciudad para convertirlo en su más fiel juglar. Me recordó, entre risas, que su caso era como el del doctor Juan B. Fernández Renowisky, aquel exdirector de El Heraldo que, sin planearlo, también nació en la misma matria chica. Pero ambos, como él bien decía, eran “quilleros” de pura cepa, con la arenilla del Magdalena en la sangre y la brisa del Caribe en el alma.

Hoy, don Alfredo se nos fue, pero su voz resuena en cada rincón de la ciudad que tanto amó. Nos deja el eco de sus palabras, la herencia de sus historias y el espíritu de un carnaval que nunca acaba.

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Hasta siempre, maestro. Que su partida sea, como toda su vida, un jolgorio de recuerdos imborrables.

Willy Grotty*

* Seudónimo de Guillermo de la Hoz.

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