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El Día del Hombre y la oportunidad que siempre dejamos pasar

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21 de marzo de 2025 - 05:00 a. m.
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El pasado 19 de marzo se celebró, como cada año, el Día del Hombre. Y, como sucede casi siempre, pasó desapercibido. Pocos mensajes, escasas menciones en los medios, ninguna gran campaña, ningún discurso oficial. Pareciera que es una fecha incómoda, casi vergonzante. ¿Para qué celebrar a los hombres, si históricamente han ocupado los espacios de poder? ¿Qué sentido tiene hablar de ellos en un mundo que, cada vez con más fuerza, exige saldar la deuda con las mujeres?

Sin embargo, quizás ahí reside el problema: hemos transformado el Día del Hombre en un día sin historia, sin objetivo, sin reflexión. Nos mantenemos superficiales o sucumbimos a banalizarlo con chistes de parranda y cerveza, cuando en realidad este día podría representar una ocasión única para discutir sobre lo que nadie desea abordar: la vulnerabilidad de los hombres.

Claro, la vulnerabilidad. Porque tras esos estereotipos de fortaleza, de proveedores infalibles, de hombres que no lloran ni se quejan, se oculta una realidad encubierta: las elevadas tasas de suicidio en hombres, el cáncer de próstata y testículos como enfermedades poco visibles, la carga de las normas sociales que impiden a los hombres solicitar ayuda, el aislamiento de la paternidad ausente no por desamor, sino por patrones que continúan restringiendo al hombre a un papel secundario.

El pasado 19 de marzo debió ser —y aún podría ser, si le damos otro significado— la fecha en la que la conversación gire hacia esa crisis silenciosa de la masculinidad. No para justificar violencias ni privilegios, sino para invitar a los hombres a la revolución más pendiente de todas: la emocional. Reconocerse vulnerables, permitir el llanto, construir redes de apoyo reales, sanar heridas invisibles que terminan perpetuando el dolor en ellos y en su entorno.

Me atrevo a decirlo sin miedo: el Día del Hombre debería ser el día para recordarnos que, si queremos una sociedad más justa y menos violenta, también necesitamos hombres emocionalmente sanos. No basta con pedir que cambien; hay que ofrecerles las herramientas para hacerlo. No es cuestión de celebrar “al macho proveedor” ni de convertir esto en una guerra de géneros, sino de entender que los hombres también son víctimas de un sistema que los moldea para ser funcionales, pero no felices.

¿Se imaginan un 19 de marzo en el que hablemos de salud mental masculina, de paternidades presentes y amorosas, de la importancia de la empatía y el autocuidado? Un día en el que dejemos de lado la idea de que la masculinidad es sinónimo de dureza, y la redefinamos como la capacidad de amar, cuidar y cuidarse.

El pasado 19 de marzo pasó sin pena ni gloria, pero aún estamos a tiempo de cambiar la historia. Porque hombres más sanos, más libres y felices no solo se benefician a sí mismos: mejoran el mundo en el que vivimos todos. Y quizás ahí, justo ahí, está la verdadera revolución pendiente.

Alberto Lozano

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