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Buen día, señor editor. Usted es muy generoso en su editorial del 20 de febrero, titulado “La torpeza legislativa del Gobierno tiene consecuencias”, porque hacer las cosas sin medir las consecuencias ha sido la constante. Aunque a veces parezca fútil, la forma equivocada de buscar el éxito puede hacer tambalear una iniciativa, por más loable que sea. Lo que sorprende es que ahora les parezca extraño, a quienes propiciaron la aprobación de la reforma en los términos en que lo hicieron, que esta pueda caerse. Ellos sabían que caminaban por el filo, pero aun así se persignaron y confiaron en que, con el subsidio para los adultos mayores, ningún opositor se atrevería a intervenir. ¡Ay de aquel que osara ir contra ese anhelado bálsamo para la recta final de los viejitos! Pero no fue así. No podía ser así.
No tardaron en aparecer los bienhechores de la legalidad y los procedimientos, quienes —convencidos de su altruismo constitucional— consideraron su deber hacer valer la Carta Magna y los principios legítimos del país democrático que representan por mandato obligado y fiel de sus votantes. Aquellos impolutos colombianos que jamás cruzarían la línea de la inconstitucionalidad fueron los primeros en aparecer. Unos intentaron imponer su lógica a punta de ignorancia; otros se resistieron a que algo saliera bien solo porque no era su idea. Pero ambos bandos actuaron movidos por su desbordada vanidad. Sin embargo, en esta ocasión, cualquier ciudadano preocupado habría levantado la mano ante algo que, a todas luces, se veía inconstitucional.
Ni por altruistas, ni por doctos, ni por leales a sus votantes o a la Constitución, la Corte les dará la razón. Lo hará porque la realidad abofeteará la mal concebida idea de aprobar la reforma sin el debido debate. Veremos si la Corte, en su sabiduría, podrá ser benevolente con la equivocada astucia de nuestros representantes y admite algún remiendo para salvar parte del texto, o si la falla es de tal magnitud que socava la institucionalidad y no admite corrección.
Y volvemos a preguntarnos por nuestra escasa sabiduría al elegir a quienes nos representan. Para nuestro alivio, recordamos que esto no es nuevo; ya lo hicieron nuestros antepasados. Este no será más que un fiasco momentáneo que mañana habremos olvidado con la llegada de otro. Lo cierto es que se necesitan reglas y procedimientos que se cumplan para unos y para otros. Probablemente, dependiendo de la orilla en que se encuentre cada quien, la decisión parecerá justa o injusta, así que, con pasmosa paciencia, esperaremos el veredicto de la institución guardiana.
Entonces estaremos de acuerdo o no, nos rasgaremos las vestiduras o no, pero habrá que acatar lo resuelto, nos guste o no. Y, al menos, aprender de los errores.
Víctor Manuel Rodríguez Murcia
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