A propósito del editorial del 24 de febrero, titulado “El legado del presidente Petro en Bogotá”. No es exacta la afirmación del presidente Gustavo Petro en un reciente trino suyo, según el cual “los castellanos” acabaron con los ríos y aguas de Bogotá, quizás refiriéndose a los desaparecidos y canalizados ríos San Francisco y Rumichaca. Fueron, en realidad, los “republicanos” quienes decidieron “ocultar” los ríos madre de la ciudad a comienzos del siglo XX, como consecuencia de las políticas de expansión urbana y las políticas de sanidad de aquellos años.
El San Francisco y el San Agustín proveyeron de agua a la ciudad desde el mismo día de su fundación y a lo largo de casi trescientos años. Durante todo este tiempo, fueron utilizados como fuente de energía mecánica para molinos de trigo, para el lavado de ropas y, lamentablemente, como vertederos de basuras y desechos. La Ley 10 de 1915 ordenó la canalización de ambos ríos, no solo como medida extrema para combatir las enfermedades que causaban su contaminación, sino también para ensanchar la ciudad. A lo largo de casi veinte años de trabajos, finalmente los ríos fueron canalizados y, en sus cauces terraplenados, surgieron las actuales avenidas Jiménez de Quesada y calle 7a, inauguradas en 1938.
Tras la publicación de la ley, el Acuerdo 10 de 1916 estableció que se debían hacer estudios para la construcción de avenidas adecuadas al tráfico de vehículos. Al año siguiente, el Acuerdo 31 de 1917 otorgó el nombre de Avenida Jiménez de Quesada a la calle que reemplazaría el río. Para 1925 se regularon las condiciones materiales de la avenida y se estableció que ningún tramo de la misma podía tener una anchura inferior a 22 metros.
Hoy, el llamado Eje ambiental, diseñado por el arquitecto Rogelio Salmona e inaugurado durante la primera administración del alcalde Enrique Peñalosa, rememora alegóricamente la importancia que tuvo para Bogotá el ahora canalizado río San Francisco.
Bernardo Vasco
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