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Constantemente, los adultos nos quejamos o hablamos de manera negativa sobre las nuevas generaciones: que no escuchan, que no obedecen, que se la pasan frente a las pantallas. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar que muchas de esas conductas son consecuencia de nuestras propias acciones u omisiones. Se nos olvida que provenimos de generaciones distintas, con realidades y estímulos diferentes. Añoramos nuestra juventud y menospreciamos el presente, convencidos de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero esa percepción es selectiva, como un amor platónico que idealizamos sin defectos, aunque en realidad nunca fue nuestro. El despertar de los padres también implica un trabajo personal. No se trata solo de proyectar una imagen positiva en redes sociales o en reuniones sociales, sino de cultivar una disciplina interna que nos ayude a mejorar nuestros hábitos, potenciar nuestras virtudes y compartirlas con quienes más tiempo pasamos: nuestras familias y seres queridos.
Es necesario ralentizar el ritmo de vida para estar realmente presentes y no vivir reaccionando solo a lo urgente, descuidando lo importante hasta que se vuelve inaplazable. Escuchar nuestro cuerpo y hacer de la respiración un acto consciente nos permite oxigenar el cerebro y contribuir a nuestro bienestar general.
El descanso también es clave. Respetar los horarios de sueño y fomentarlos con el ejemplo en casa garantiza que todos puedan despertar con energía para afrontar el día.
Además, incorporar actividades diarias enriquecedoras, como aprender a tocar un instrumento, estudiar un nuevo idioma o caminar por espacios agradables, nos ayuda a conectarnos con el presente. Incluso detenernos a escuchar los sonidos de nuestro entorno en lugar de recurrir siempre a nuestra playlist favorita puede ser un ejercicio de consciencia y apreciación.
Dicen que recordar es volver a vivir, pero el verdadero desafío es aprender a vivir en el presente y ser nuestra mejor versión. No solo por nosotros, sino también para impactar positivamente a las generaciones que nos siguen, en lugar de dejarnos llevar por la visión pesimista que lamentablemente parece imponerse.
Rocío Guadalupe Ortega Torres, doctora en Educación
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