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Con mucho interés leo los análisis que los periodistas de El Espectador realizan al finalizar el año sobre diversos campos de la vida nacional, para ofrecer un panorama general del país. En particular, me detuve en el análisis sobre cultura, que es de mi especial interés, y específicamente en el referido a Bogotá, por ser el epicentro donde se reflejan diversas expresiones culturales. El artículo titulado “Llevar el potencial cultural de Bogotá al mundo” llamó especialmente mi atención.
Aunque el análisis es completo en cuanto a los nuevos programas y eventos relevantes que tuvieron lugar en la ciudad, se limita al enfoque cuantitativo que tanto gusta a los gobernantes. Este afán por las cifras, aunque importante, deja de lado observaciones cualitativas indispensables para comprender verdaderamente los procesos culturales en un territorio. No es únicamente a través de los millones que ganaron los productores ni de los puntos porcentuales que sumó el PID como mejor se entienden estos procesos. Se requiere un análisis más profundo que las cifras no pueden abarcar.
Por ejemplo, ¿qué impacto tuvieron en la ciudadanía los numerosos eventos navideños, especialmente en las localidades del centro, en una ciudad de más de ocho millones de habitantes? ¿Por qué no se analiza el impacto negativo que eventos masivos como Estéreo Picnic o Cordillera tienen sobre los ecosistemas, la flora y fauna del parque Simón Bolívar? Estos eventos generan malestar por el exceso de ruido hasta la madrugada, congestión vehicular durante una semana antes y una después, y el cierre de amplias zonas del parque destinadas al descanso o al deporte. Además, los reclamos reiterados de al menos seis barrios colindantes no han sido escuchados por el distrito, que parece privilegiar el recaudo económico sobre el bienestar ciudadano, incluso en un sector tan sensible como el cultural.
Por otra parte, es hora de que los análisis culturales incluyan otras expresiones importantes que tienen lugar en las localidades y que, por no ser masivas, no reciben la atención que merecen. Me refiero a las múltiples manifestaciones culturales que ocurren en localidades como Bosa, San Cristóbal, Usaquén o Ciudad Bolívar (por nombrar algunas de las especialmente periféricas), distantes del epicentro tradicional que conforman La Candelaria, Chapinero y Teusaquillo. Estas expresiones culturales corresponden a lo que se ha denominado con fuerza en los últimos años como Cultura Viva Comunitaria. Este concepto abarca prácticas culturales que, aunque lejos de la masividad, son esenciales para el tejido social de las comunidades. Entre ellas se encuentran bibliotecas comunitarias, grupos artísticos locales, emisoras comunitarias, casas culturales y clubes artísticos, entre otras.
Los análisis y proyecciones culturales deben considerar estas expresiones, que son numerosas y muy significativas para las comunidades, como formas igualmente válidas de creación y consumo cultural en la ciudad. Estas manifestaciones, aunque diferentes de los eventos masivos, permiten entender mejor cómo las comunidades se expresan en sus vecindarios y contribuyen a la riqueza cultural de Bogotá.
Enrique Espitia León
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