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¿Competencia inútil?

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21 de junio de 2022 - 05:00 a. m.
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Recientemente, en El Espectador, el maestro Julián de Zubiría escribió la columna “¿Qué pasará con la calidad educativa en el próximo gobierno?”. Entre otros, sugiere “articular todas las asignaturas en torno a tres competencias transversales que nos ayuden a desarrollar el pensamiento, consolidar la lectura crítica y la convivencia democrática en medio de la diversidad”. De acuerdo en lo esencial, pero se asoma un peligro: el concepto “competencias” se inclina, en el imaginario general, a las capacidades técnicas, tangibles, al ser “útil para la sociedad”.

“Pretender que todo tenga alguna utilidad, que todo produzca alguna rentabilidad, deforma nuestra vida de una manera profunda (...) La educación de los niños y jóvenes (...) es concebida igual que una inversión que se hace para especular o multiplicar las ganancias (...) Equiparar lo que hacemos con inversiones destruye el carácter trascendente que deben tener algunas actividades humanas (...), ellas hacen más plena nuestra vida, la proveen de sentido, nos obligan en ocasiones a seguir un ideal (...) Imaginar que todas las relaciones entre los seres humanos son meras transacciones (...) nos convierte también a nosotros y a nuestras relaciones en objetos deleznables” (Los que sobran, Juan Claros Flórez, 2015, p. 339).

Agregaría Mario Mendoza: “Pregonan a los estudiantes la importancia (...) de haber nacido para mandar (...) Es una educación que magnifica, que engrandece, que agiganta el ego, que produce déspotas” (La importancia de morir a tiempo, 2012, p. 156).

Así, debemos redimensionar el concepto de competencias, rescatar su humanidad, quitarle ese materialismo en que desarrollar el pensamiento es la ilusión de decidir, la lectura crítica se limita a elegir el mal menor y la convivencia democrática es aguantarse al otro. Tener millones con habilidades mínimas, en grandes empresas de pocos magnates, agranda el círculo vicioso y la brecha social: “La riqueza más segura consiste en una multitud de pobres laboriosos” (Mandeville, citado en Capitalismo canalla, Rendueles, 2015, p. 66.).

Ojalá el nuevo gobierno atienda esto y no priorice solo aquello con fama de “útil” en detrimento de artes y humanidades que permiten soñar, aterrizar, conectar con la esencia individual y social, fraternizar a partir de abstracciones y sorpresas y riesgos creativos, dialogar, expresar emociones, reconocer lo natural y su importancia ahora; posibilidades infinitas gracias a que el otro es nuestro igual y nos necesitamos, somos parte del entorno y debemos regular nuestro impacto en el mismo. Sin ellas, las “ciencias exactas” no tendrían contrapesos, ética, proyección a futuro en que, quizá, no quede humanidad para disfrutar tanto “desarrollo” tecnológico.

En su columna, De Zubiría recoge ideas del excandidato Fajardo: “Priorizar los temas socioemocionales”, clave para el futuro humano no solo en términos de supervivencia, sino de bienestar y dignidad. En la misma obra de Mendoza citada, él señala que necesitamos “una educación para la alegría, para la dicha, para el bienestar” (p. 32), “democrática, sobre la igualdad, sobre el trabajo en equipo, sobre el respeto a los otros” (p. 156).

Para terminar, el maestro dice: “Sin calidad de la educación se deteriora el tejido social, la creatividad, la productividad, la lectura crítica y la democracia”. Otra importante discusión: calidad no solo obedece a indicadores del Ministerio de Educación, que priorizan cuantificación en pruebas potencialmente frustrantes para el individuo —crean dependencia—. La calidad debe considerar la salud integral, la percepción misma de los docentes sobre su trabajo y los estudiantes, sus falencias y luchas diarias, su enfrentarse a la negligencia estatal: demasiados enseñan en lugares donde gobierna lo útil, veredas a las que llega cerveza o gaseosa, pero no materiales didácticos ni arreglos para la escuela, mucho menos el PAE —otra discusión vital—.

Giovanny Oliveros P.

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