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Crónica de un concierto de Roberto Carlos

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28 de febrero de 2025 - 05:05 a. m.
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Roberto Carlos - Bogotá, 9 de junio de 2010, Coliseo Cubierto El Campín

“Qué será de ti, necesito saber hoy de tu vida, alguien que me cuente sobre tus días, anocheció y necesito saber…”

A este punto de la canción, la ovación en el Coliseo Cubierto El Campín era total. Roberto Carlos, impecable; su luminoso traje blanco exaltaba su esbeltez y altura. La noche fue testigo de una figura sublime, casi celestial. La potencia de su voz se impuso con su inconfundible tono melancólico y romántico, la saudade en su mejor expresión. Mis amigos Marco Antonio, Tere y yo estábamos ahí para vivir el espectáculo.

Esa noche, distraíamos el frío y el tumulto con la emoción que nos embargaba al llegar al evento. Conseguir boletas fue motivo suficiente de dicha. Logramos puestos en gradería alta, bien lejos del escenario, un infortunio compensado con unos vecinos de silla de primera y una privilegiada vista panorámica, desde la cual notábamos el coliseo totalmente lleno.

El calor humano mitigó la helada noche bogotana. Antes de iniciar el espectáculo, un grupo de fans sentados detrás de nosotros nos deleitaba interpretando, con afinación de lujo, canciones del ídolo. Debutaron espontáneamente durante una hora, haciendo las veces de teloneros. Los espectadores vecinos los seguíamos en coro, tarareando lo que ellos entonaban y calmando así la ansiada aparición de Roberto Carlos. Entre tanto, mis amigos y yo hacíamos gala de nuestra memoria musical y nos entreteníamos compartiendo datos sobre la trayectoria del artista.

En medio del público, una pintoresca señora, ataviada con un exquisito atuendo setentero, pedía con vehemencia:—¡Lady Laura, Lady Laura!—¡Yo te propongo…!Ellos, complacientes, respondían cantando. ¡Se las sabían todas!

De repente, todo se apagó. La súbita oscuridad del recinto acalló las voces y los cantos de los fanáticos. Una potente luz, luego otra y otra: los reflectores se concentraron en la tarima. Entonces, sin mayor preámbulo, irrumpe el “Rei” de la música brasileña interpretando Qué será de ti. Unos segundos de silencio colectivo y luego… aplausos, aplausos, aplausos ante la imponente presencia de este ídolo de la balada romántica.

A Qué será de ti le siguió Cama y mesa, una de mis favoritas; luego Detalles, Desahogo —seguro muchos recuerdan:“Tú eres el grave problema que yo no sé resolver,y acabo siempre en tus brazos cuando me quieres tener…"

Después vinieron Lady Laura —un tributo a su madre—, Mujer pequeña, Yo te propongo, Cóncavo y convexo… y gritos, muchos gritos de admiración del público. Con El gato en la oscuridad, canción insigne de su debut en el Festival de San Remo (1968), la gente cantó sin parar. Roberto Carlos será siempre un compositor e intérprete de primera.

Evocadoras y sublimes sonaron El día que me quieras y Solamente una vez, en homenaje a otros compositores. Balanceos, ensoñaciones, ojos cerrados, canto a coro con el artista… Así, la gente de mi generación y yo nos transportamos a otras épocas.

En medio de una pausa, Roberto Carlos destacó y agradeció el acompañamiento de sus músicos de toda la vida: un saxofonista de primera, un pianista magistral, un baterista-percusionista soñador, los infaltables coristas… De cada uno resaltó sus singularidades. Qué noble y emotivo detalle.

Continuó con La distancia:“Cuántas veces yo pensé volvery decir que de mi amor nada cambió…"

Éxito de los años 70, coreado por todos. Con este y otros temas de amor, desilusión y vida, la nostalgia impregnó el ambiente.

A ritmo rocanrolero siguió Es prohibido fumar y un popurrí de varias melodías, entre ellas La enamorada de un amigo mío, canción que se hizo famosa en su versión francesa.

Para el cierre, Amigo:“Tú eres mi hermano del alma, realmente el amigo…”

Y, de salida, Jesucristo. Todos de pie, cantando y rogando que el espectáculo no terminara.

Sin mirar atrás, Roberto Carlos se alejó del escenario, como temiendo ser atrapado por esa ola de fanáticos. El público lo aclamaba:—¡Otra, otra, otra!

Oscuridad total. Nostalgia y silencio por su partida.

Minutos más tarde, reapareció con Amada amante. La locura… Las luces iluminaron al público:—¡Roberto Carlos, te amo!

Gritaban fans por todos lados. Pancartas, rosas, banderas de Colombia y Brasil, luces y más luces exaltando la euforia.

Finalmente, Roberto Carlos se despidió del público con Un millón de amigos. Sí, quedó en evidencia: la amistad convoca.

De mi parte, salí deslumbrada con su magia interpretativa, su capacidad para transmitir emociones, su carisma. Convencida de que no solo inspira el desamor, sino que el amor romántico sigue vigente, al igual que los sentimientos filiales y la fe.

Ante esta experiencia, me declaro una romántica consumada, quien tuvo la fortuna de escuchar y ver, junto a mis amigos, al menos una vez a Roberto Carlos en concierto.

Margarita Berdugo, Barranquilla

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GARCIA JULIO AMARILIS DEL SOCORRO(77772)28 de febrero de 2025 - 09:50 p. m.
Excelente descripción y gratisimos recuerdos, todo un caballero 👏
Mario OROZCO G.(16018)28 de febrero de 2025 - 07:36 p. m.
Expectacular crónica, gracias y, saber que ya nunca volveremos a verlo, según ha dicho que se retirarará de los escenarios. Dios lo bendiga.
PEDRO CASTIBLANCO REYES(85266)28 de febrero de 2025 - 06:25 p. m.
felicitaciones mil.
leunamuno(9808)28 de febrero de 2025 - 01:15 p. m.
Parte el elma, mil gracias.
ERWIN JIMENES(18151)28 de febrero de 2025 - 11:39 a. m.
Que bueno .
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