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A diario se discute sobre la democracia, que se considera el camino indicado para elegir a los gobernantes y para dirigir los asuntos del Estado. Entre los principales componentes de la democracia figuran las elecciones libres, con igualdad de condiciones para todos; el reparto del poder público en ramas, para impedir el abuso del poder; la sujeción de todas las autoridades y funcionarios a la constitución y las leyes, sin excepciones; y el ejercicio del poder por períodos fijos y determinados. La libertad de prensa, de información y de expresión se consideran baluartes necesarios para preservar la democracia y controlar las acciones de los gobernantes.
Libros y escritos advierten con insistencia que el sistema democrático está en crisis porque se emplean medios antidemocráticos para conseguir el poder, o porque gobernantes elegidos democráticamente deciden quebrar las reglas establecidas y mantenerse en él. Entre las formas antidemocráticas para conseguir el poder están el alzamiento armado y la revolución. El caso más ilustrativo es la revolución cubana: una vez tomado el poder, con el pretexto de mantener los logros de la revolución, se niegan a seguir las reglas democráticas. Según su entendimiento, los bienes supremos del cambio y de la nueva sociedad justifican su permanencia en el poder, optando por hacerse reelegir indefinidamente o simplemente quedándose, sin más explicaciones.
También está el caso de gobernantes elegidos democráticamente que deciden no entregar el poder, no porque les hubiera asaltado ese afán de último momento, sino porque siempre tuvieron un cariz antidemocrático que manifestaron una vez elegidos. El verdadero demócrata no tiene razones para apoderarse del cargo para el que fue elegido. La democracia no admite términos medios: se es demócrata o no se es. En América Latina son varios los casos de autócratas que, elegidos democráticamente, deciden quedarse en el cargo, como sucedió en Bolivia con Evo Morales; en Ecuador con Rafael Correa; en El Salvador con Nayib Bukele; en Nicaragua con Daniel Ortega. Mención aparte requiere el caso de Nicolás Maduro en Venezuela.
Para burlar la voluntad popular, estos dictadores rompen las reglas de la democracia: se toman el sistema electoral y los tribunales electorales, se apoderan de cortes y tribunales de justicia, se apropian de la rama legislativa, alinean a las fuerzas militares con sus intereses e intenciones, y fabrican una base de apoyo popular que sacralice sus decisiones, soportada en sus seguidores y en los sectores más desvalidos de la población, que conquistan con subsidios y beneficios pagados con recursos del Estado. Son prácticas que siguen tanto los movimientos de izquierda como los de derecha.
Como parte de ese proceso, persiguen a sus críticos y a los medios de comunicación; elevan a la condición de enemigos del pueblo a sus opositores; usan sistemas de información para amplificar sus ideas y difundir sus logros; y usan su poder para anular a sus contradictores, a los que se oponen a sus pretensiones. Las amenazas a la democracia se ciernen sobre todos los países porque siempre hay quienes alientan intenciones dictatoriales. Lo grave es que no hay medios o mecanismos para frenar a los antidemócratas. Venezuela sirve como prueba al canto. Y, como cosa extraña, los seguidores de los autócratas, de derecha o de izquierda, siempre justifican sus posturas antidemocráticas.
Fernando Brito Ruiz, Pereira
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