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Puedo permitirme estudiar un técnico en el SENA mientras espero y añoro poder salir de este limbo del desempleo que me ahorca un poco más cada día. Eso fue lo que pensé al momento de tomar la decisión de inscribirme en uno de los tantos técnicos virtuales que oferta nuestro querido Servicio Nacional de Aprendizaje.
Con un proceso más bien simple y amigable, completé los requisitos y esperé con ansias iniciar las clases. En la primera semana, al igual que en la mayoría de las instituciones educativas, más de 120 aprendices de un mismo técnico, divididos en cuatro “fichas”, recibimos la acostumbrada inducción.
A mediados del segundo mes de clases, recibimos el primer baldado de agua fría: algunos instructores no habían firmado contrato. Esto significó un parón en las actividades de casi un mes. Después de retomar las clases y con un instructor líder apasionado por el tema y la pedagogía, entramos en un período de aprendizaje armonioso y enriquecedor hasta el 15 de diciembre del año pasado, fecha en la que terminaba nuevamente el contrato de los instructores que no son de planta y, por lo tanto, el tiempo para realizar actividades y subirlas a la plataforma virtual.
El 5 de febrero de este año se nos asignó un nuevo instructor líder y retomamos actividades. Siete días después se nos informó que las actividades pendientes, inicialmente contempladas para ser abordadas en tres meses, se tenían que desarrollar en lo que restaba de mes. Dos módulos de actividades con un tiempo estimado de duración de 448 horas, es decir, 15 horas diarias para lograr cumplir las metas planteadas.
El tercio de aprendices que estimo seguíamos en el técnico, en un intento desesperado de reclamar, tratamos de redactar una carta para enviarla a las directivas de la institución ¡y a quien hiciera falta! Esa llama fue rápidamente sofocada por los instructores en una reunión en la que llegamos al acuerdo de tener un mes más para subir las evidencias faltantes, mientras se supone ya estamos desarrollando nuestras prácticas. Eso sí, todas las entregas se consideran tardías y con la advertencia de que el sistema en cualquier momento puede dejar de funcionar porque van a cambiarlo, además de que las clases se tienen que abordar en el tiempo planteado por el nuevo cronograma.
Ahora, saturados con las toneladas de información comprimidas en las clases y la pila de actividades pendientes por desarrollar, abrazamos un sentimiento parecido al desamor y la resignación, impulsados por el deseo de no perder el tiempo ya invertido y, más aún, lograr tener un futuro mejor con las puertas que abrirá ese título.
Claramente el SENA tiene grandes desafíos para lograr que los técnicos virtuales cumplan con la visión institucional que tienen y no es sorpresivo que se estén planteando acabarlos, o por lo menos eso nos dijo un instructor en una de esas charlas en las que intentamos reclamar. Desafíos que enfrentan todas las instituciones educativas que se enamoraron de la virtualidad consecuencia de la pandemia.
Jalea de Carne
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