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Desde muy joven, casi desde niño, leo con especial atención El Espectador de los domingos. Las ediciones son como una breve enciclopedia. La recomiendo para que sea leída en todos los salones de clase. Sin demeritar las ediciones de otros periódicos.
La edición del domingo 28 de enero me actualizó y me confirma que el palo no está para hacer cucharas y para lo demás que sirva poco se sabe.
Los frailejones con siluetas de indígenas vestidos para ceremonias elegantes, hoy monumentos al salvajismo y la crueldad, nos conmueven y no es posible explicarnos, en palabras de Dostoievski, cómo es que bajo este cielo bendito y en esta tierra de indescriptible hermosura puedan existir mentes perversas y atrabiliarias. Las imágenes de Colombia en llamas, literalmente en llamas, y con la idea de que pronto lloverá y todo volverá a la normalidad, nos deben estrujar para que de verdad, hechos no solo declaraciones y promesas vanas, nos decidamos a recuperar el equilibrio ecológico, el ambiente sano que la Constitución nos ordena.
El llamado al cuidado de la salud, a la prevención de la enfermedad física, mental, espiritual como lo ordena la Constitución, debe ser atendido tanto por las autoridades como por las familias. No podemos seguir desbocados jugando, como a la ruleta rusa, con nuestra salud que es tanto como jugar con nuestro futuro.
Algún día aprenderemos a manejar nuestra economía doméstica y a prevenir las dificultades que rondan a los disipadores y mal planeadores de sus futuros patrimoniales.
Los derechos humanos promulgados desde hace miles de años, cuidar la vida, la honra, la propiedad, la salud, la familia, siguen siendo caballito de batalla para organizar cenas a manteles, toma de fotos y comités de aplausos en tanto que en las calles, en las barriadas se incrementa la violación de esos derechos humanos. Una amenaza constante para desconocer esos derechos es la apología del dejar hacer, del dejar pasar, del no limitar los campos del verdadero desarrollo de la personalidad tanto en el entorno individual como en la familia y la sociedad. Y en otras ediciones de estas semanas pasadas, las crónicas sobre la barbarie, los genocidios en Ucrania, Israel, Gaza y los aterradores atentados contra la paz social y la vida humana en Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria, Siria y en nuestras calles de pueblos y ciudades y en zonas de miedo como El Catatumbo, parte de Antioquia, Chocó y el Cauca, nos estremecen y al mismo tiempo abonan nuestra indiferencia porque nos consolamos con decir que todo ese comportamiento demencial no es de ahora, sino que lo hemos heredado y debemos aceptarlo y debemos convivir sin buscar ninguna solución o por lo menos actos de la población para contrarrestarlos.
Gracias, don Fidel y gracias equipo de trabajo de El Espectador por darnos un apretón de conciencias para decidirnos a rehacer a nuestra maravillosa Colombia.
Carlos Fradique-Méndez
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