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El famoso síndrome de Estocolmo, fenómeno que se presenta cuando, en una situación de cautiverio, la víctima desarrolla empatía hacia su secuestrador, parece también describir en cierta forma algunos de los recientes sucesos de la política colombiana.
Como bien dijo Íngrid Betancourt en su candidatura a la Presidencia en el 2022, usando una elocuente metáfora apelando a su carácter de sobreviviente, “los colombianos estamos secuestrados por la corrupción”. Se refería a aquellas maquinarias políticas tradicionales que, con un poderoso músculo financiero, llegan a los cargos públicos para repartir puestos, favorecer mecenas y saquear el erario a expensas de la salud, la educación y el empleo de los votantes, perpetuando una dinámica de pobreza, desigualdad y atraso socioeconómico.
No obstante, lo sorprendente de las pasadas elecciones regionales es que justamente los políticos que representan dicho esquema fueron elegidos en las principales ciudades del país, no por desidia e indiferencia, como en el pasado, sino por un voto consciente y voluntario. Un voto que, al parecer, manifiesta el cansancio y la decepción por el gobierno de Gustavo Petro, pero que, curiosamente, no sale en busca de alternativas políticas, sino de vuelta a los secuestradores políticos de vieja data que han tenido en cautiverio al país durante décadas.
Se configura con ello un síndrome de Estocolmo a escala colectiva que amenaza con perpetuar la violencia, la desigualdad y la pobreza, pero con un peligro adicional: el surgimiento de una patológica relación de empatía que conscientemente le abre la puerta a la barbarie al reconocer la familiaridad que se ha estrechado con ella y el sentimiento de resignación que surge al estar lejos de su lado.
Es lamentable que Petro no haya cumplido las expectativas políticas, sociales o económicas, y que no haya estado a la altura de lo que sus votantes esperaban de él. Pero creo que es importante entender que votar por los políticos tradicionales no es un castigo para Petro, es un castigo para el país.
Daniel Buitrago Arria.
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