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Es una herramienta para alcanzar metas y hacer sueños realidad. Tenerlo no es la cúspide de la vida, pero tampoco hay que demeritar su utilidad. El cómo se maneja hace la diferencia de que sea un aliado o convertirse en esclavos de él.
Al tenerlo, logramos adquirir diversidad de artículos materiales que pueden hacer la vida más fácil, es cierto, pero no cubre las necesidades humanas en el plano espiritual, las intangibles, esas que la plata no compra. Limita el disfrutar momentos por supuestas carencias económicas, desestimando que lo que hace la diferencia no es el regalo sino el detalle, ese que no cuesta nada y significa todo. Olvidando el auténtico valor de las cosas básicas e importantes y que son gratis como el amor, la lealtad, la salud, las experiencias y la vida misma.
Las palabras tienen poder y esa frase popular de “no tengo plata” se convierte en realidad. El dinero textualmente no dura, no importa que sea mucho, se va como agua entre las manos, viviendo siempre alcanzados, buscando de dónde obtener más y aunque se cuente con múltiples fuentes de ingresos no es suficiente.
Ser tacaño, tramposo, ladrón o dárselas de vivo tumbando a los demás solo trae necesidad, miseria y carencias, aunque al principio no parezca. Por el contrario, al ser generoso, compartir la fortuna y las bendiciones financieras con seres queridos, desconocidos que se puedan cruzar en el camino o con la mayor cantidad de personas que lo necesiten hace que se triplique, sin caer en el patrocinio a la pereza o vagancia de otros, porque la persona se vuelve atenida, quiere todo regalado, acostumbrándose a lo fácil, sin valorar lo que recibe del cielo. La satisfacción cuando ese dinero llega como premio al esfuerzo y sacrificio es una sensación indescriptible. No solo se agradece, sino que es usado con inteligencia, invertido con mesura y rara vez se desperdicia.
Se aprende que en la vida una cosa es precio y otra muy diferente es el valor.
Martha Neuto
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