En la historia de la humanidad, la relación entre padre e hijo ha tenido miles de formas conflictivas. Está el padre que por accidente mata a su hijo, como Iván el Terrible, o hijos que sin saberlo terminan asesinando a sus padres, como en el mito de Edipo.
En la historia más reciente tenemos otros ejemplos de la vida política. La mayoría de los colombianos quedaron impresionados al escuchar a Nicolás Petro, triste, afirmando que su padre lo dejó solo, abandonado ante sus verdugos.
Pero Gustavo Petro no ha sido el único padre que es capaz de sacrificar a su hijo con tal de mantener su imagen política. Joseph Stalin, una de las grandes figuras políticas del siglo XX, durante la Segunda Guerra Mundial enfrentó también un conflicto familiar. En 1941 la Alemania nazi capturó a su hijo primogénito, Yákov. Se dice que Hitler al enterarse de ello deseaba usar esta ficha para lograr intercambiarlo por oficiales; otros aseguran que realmente quería cambiarlo por su sobrino favorito, Heinz, quien era prisionero de los soviéticos. Un canje entre familiares.
Stalin decidió no hacer ningún intercambio ni realizar algún esfuerzo militar para salvar a su hijo. Tenía ante sí la mirada de un pueblo que había sacrificado a miles de sus hijos con tal de no dejar perder su territorio, por lo cual Stalin decidió dejar a su primogénito a la suerte de sus captores. Yákov moriría en un campo de concentración dos años después de ser capturado.
La decisión de Petro de no entrometerse en nada relacionado con su hijo no es solo por un respeto a las instituciones democráticas y a un pilar fundamental de la democracia, como lo es la separación de poderes. La cuestión va más allá y es que cuando hablamos de poder y política se debe de recordar que en ocasiones la imagen del líder está por encima de cualquier cosa, incluso de sus hijos.
Cabe mencionar también que la separación de Petro con su hijo se dio desde el comienzo del escándalo, cuando el presidente se mostró extrañado y distante del actuar de su hijo al mencionar que no lo crio. Pero acá otra vez la historia nos da ejemplos de que el acto de criar no garantiza que el criado sea leal a los valores del padre o al mismísimo padre. Como Marco Junio Bruto, que fue criado bajo la tutela de Julio César y aun así no dudó en apuñalarlo en la espalda. Un acto que resonaría a través de los siglos con el icónico grito: “Tu quoque, Brute, filii mi” (“Tú también, Bruto, hijo mío”).
Estos ejemplos solo muestran que bien el padre puede matar al hijo o el hijo al padre, sin importar si este lo crio o no. El actual caso podría ir más allá y terminar en una muerte cruzada. ¿Será capaz Nicolás Petro de llevarse a su padre en su caída?
César Augusto Pardo Acosta.
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