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Carta a Kalmanovitz
En su renuncia a Israel, o eso parece por el título de su columna, “Soy judío y no defiendo a Israel”, Salomón Kalmanovitz, a quien aprecio y respeto, pareciera caer en la trampa que le ha tendido la izquierda antisemita, esa que salió del clóset cual jauría a perseguir a su presa: “¡Sea un buen judío, deslíguese de Israel y así lo queremos!”. Poca mención hace Salomón en su columna sobre lo que Israel está enfrentando: una amenaza existencial por parte de organizaciones radicales islamistas, dirigidas desde Teherán, cuyo único objetivo es la destrucción de Israel, no por lo que hace sino por lo que es: El Estado nación del pueblo judío. Contrasta esta columna con una escrita por el autor hace unos años, en circunstancias similares en que Israel estaba siendo atacada, titulada: “Israel de mis afectos”. ¿Tan rápido se le pasó el afecto?
Israel no amaneció un día y decidió atacar a Gaza. Lo ocurrido el pasado 7 de octubre, un pogromo, mucho mayor de los que sus ancestros y los míos sufrieron en Europa, tenía claras intenciones genocidas, sumado a la amenaza de los líderes de Hamás que eso era “solo el comienzo” y que habrá muchos más 7/10. Si Israel no erradica esa amenaza estará por siempre expuesta a barbarie similar o peor.
Israel fue arrastrada a una guerra que nunca quiso, una en la que los terroristas de Hamás usan a la población palestina como escudos humanos, lanzan misiles desde las escuelas de UNRWA, mezquitas, hospitales y barrios residenciales. Como lo dijo unos de sus líderes: “a nosotros los civiles palestinos no nos importan”. Si no hubiera habido 7/10 nada de esto estaría ocurriendo.
Minimizando la amenazas que Israel enfrenta, Salomón les entrega en bandeja de plata munición codiciada a los antisemitas, especialmente de la izquierda, para quienes la demonización de Israel, mas allá de las críticas legítimas, por parte de un judío es bocado de cardenal. El antisemitismo está desatado por el planeta, todo con una violencia inusitada, verbal y física; mercaderes del odio deambulan envalentonados, blandiendo banderas palestinas, para atacar sinagogas, feligreses judíos, centros comunitarios, acosar estudiantes judíos en universidades, intimidar, golpear. Usted, por judío no estaría exento de esos ataques, a pesar de su columna.
Cuando pudo, Israel buscó la paz con los palestinos. Ni Hamás, ni Hezbollah, ni Irán buscan la paz sino el fin de Israel. Eso espero apreciado Salomón que lo entiendas.
Marcos Peckel. Bogotá.
El aporte menonita
El artículo del domingo en primera página de El Espectador (Unas 30 empresas extranjeras son dueñas de más de un millón de hectáreas cultivables) no se cuida de fomentar xenofobia, lo que no cabe en el caso de los menonitas: son inmigrantes legales que se han establecido con sus familias en la altillanura y que aportan una tradición centenaria de tecnología de producción agrícola. Están desarrollando la altillanura y enseñándoles a los locales a cultivar maíz y soya (ya producen 450.000 toneladas, que podrían reducirse de las más de 6 millones de toneladas que se importan), y creo que después de los pequeños campesinos de los valles y planicies andinas, que producen el 50 % aproximadamente de los alimentos que consumimos, son los menonitas los que más notablemente están contribuyendo a consolidar la soberanía alimentaria.
Rudolf Hommes. Bogotá.
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