A propósito de las elecciones territoriales recientes, se debe apreciar que el pueblo colombiano ha castigado con vehemencia las candidaturas que corrieron la línea ética para obtener resultados electorales favorables. No se trata entonces de hacer hincapié en una izquierda desenfocada, en una derecha que revive y en un centro-independiente que cada vez toma más fuerza, sino de ver que el pueblo colombiano se impregna de criterios objetivos para elegir.
En la Ética a Nicómaco, Aristóteles aprecia el “deber ser” como una forma en que el ser humano debe sujetarse a ciertos estándares de conducta —sociales y personales—, que a la postre serán relevantes para observar la conducta de nuestros dirigentes electos; esto implica que las elecciones territoriales del pasado 29 de octubre no son más que una muestra de un juicio ético a las jugadas sucias, a la trampa o a la mal llamada “malicia indígena”, que no tiene nada ni de malicia ni de indígena.
Nuestros dirigentes electos tienen un deber social: hacer bien la tarea para cumplirles a sus electores, pero también tienen la obligación propia que se centra en ser personas intachables en su vida privada. El pueblo colombiano se cansó de jugaditas y del todo vale, y no es para menos. Por un lado, se premió la buena administración pública de Fico Gutiérrez y, por el otro, se juzgó la reprochable administración de Quintero en Medellín, por eso sus candidatos fueron un fracaso; Galán resultó favorecido en su lucha constante como búsqueda de la Alcaldía de Bogotá en tres oportunidades, pero también se reconoció la labor loable de Juan Daniel Oviedo en el DANE y por el contrario se juzgó a Bolívar —no le alcanzó para el Concejo— por sus líos personales, su conducta y haber traicionado la confianza en el Senado.
Dejemos los discursos y las acusaciones de fraudes electorales para otra ocasión, aquí el pueblo colombiano —que cada vez tiene más acceso a la información y que ya no come entero— decidió por el candidato más acorde a los intereses colectivos. Parece simpático, pero quiero creer que las ideas de Durkheim y Comte sobre la moral social se vieron reflejadas en las decisiones éticas de las elecciones.
No resta más que exigir a cada gobernante electo que tome decisiones en pro de la colectividad, que deje atrás los egos sin sentido que retrasan el progreso por querer figurar y, sobre todo, que su actuar siempre esté impregnado por conductas morales que alienten a hacer lo correcto en cada decisión que tomen. Dicho esto, se les augura buen viento y buena mar, pero también una crítica incesable ante el descuido de los intereses colectivos y el rasero electoral del juicio si no obran pensando en la ciudadanía.
Cerraría esta opinión con una célebre frase de Marco Aurelio, dirigida especialmente a nuestros servidores públicos ególatras: “De qué te sirve la fama si quienes te aplauden también se van a morir”.
Juan Camilo Franco Gómez.
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