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La cuestión de la inseguridad en Bogotá no es ni tan simplista como plantean el presidente Petro y su ministro de Defensa, ocultando el sol con porcentajes, ni tan tecnicista como para creer que la situación actual se resuelve al incrementar el pie de fuerza policial.
La triste verdad es que el problema que vemos es la copa que se rebosa.
Porque lo que hay de fondo es un imaginario social en el que se premia a los mafiosos, de barrio o de pueblo, desechando de tajo la educación como la mejor forma de romper la brecha social de los jóvenes. La música, las series de streaming y la misma realidad del país muestran que incluso la justicia está del lado de los atrevidos, de los que se toman el mundo por su propia mano.
Es sencillo. Hable con un muchacho de 20 años para que nos cuente cómo planea su vida o, más bien, qué desecha de entrada en sus planes: estudiar mucho, trabajar duro o ahorrar son valores anacrónicos que no garantizan nada. Por el contrario, un golpe de suerte en redes sociales que garantice ingresos a cambio de likes o pertenecer a una empresa de crimen organizado —sea una banda de atracadores, piratas informáticos o de cualquier índole— parecen ser una mejor elección.
Asistimos a la ruptura de la conciencia social que limitaba estas conductas. Ya no hay cómo decirle a la juventud que deje de hacer algo que los noticieros muestran a diario de parte de las clases que están en el poder. La diferencia entre ayer y hoy, a este respecto, es que el límite ya no es ético o de recursos, sino de agallas. Y estos muchachos tienen muchísimas.
A lo que voy es a que es inexorable el curso de colisión de esta sociedad.
Habrá que ver el tema policial como un paliativo que no detendrá esta tendencia, porque el modelo salvadoreño solo sofisticará los métodos, pero no acabará los fines. Podemos prepararnos para las consecuencias, como en una enfermedad terminal, escondernos en nuestros mundos digitales perfectos y evitar salir a la calle, pero el mundo que construimos para ellos ya es una realidad. No hay que mentirse con soluciones políticas.
Ángel Soliz
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