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En tiempos de guerra y conflicto, cuando se disparan balas a nombre de ajenos que ni se interesan por las vidas que se tiran al abismo del desperdicio, me parece encontrar la mejor excusa para hablar de la paz. En nuestro país, el país de la belleza y la sangre.
“Ser colombiano es un acto de fe”, pero ¿cuánta fe nos hace falta?
Hemos atravesado un conflicto tan largo y complejo, que algunos dirían que está estrechamente relacionado con toda nuestra vida republicana y, a su vez, hemos llevado a cabo diversos intentos de procesos de paz, unos más exitosos que otros, de los que nos han quedado diversos sabores en nuestras almas, a los que, sin temor alguno de afirmarlo y con una pena máxima, siempre han seguido ríos de sangre que parecieran casi como el otrosí al momento de firmas dichos acuerdos. Lo sucedido con la UP y lo difícil que ha sido y sigue siendo cumplir con lo pactado en La Habana son ejemplos de ello. Es entonces cuando muchos pierden la esperanza o se entregan al cinismo, que muchas veces es lo mismo, de afirmar que el futuro de nuestro país siempre estará de la mano con la violencia. Me siento indignado y en desacuerdo con todos los movimientos, colectivos y partidos que afirman defender y trabajar por la paz, pero nunca se paran a reparar en lo que significa trabajar por ello: luchan por negociaciones que no van a ningún lado, con estatutos para el inicio de diálogos que no son compatibles con los grupos con los que se pretende negociar, y se plantan cual montañas frente a dichos grupos con una negación total para un verdadero pacto y reconciliación.
“Entregar el país a los terroristas”, “defender a los terroristas”, “pactar con terroristas”, entre tantos otros modismos que han encontrado estos “nuevos defensores de la paz” para precisamente no colaborar con ella. Son estos mismos los que no han entendido cuánto cuesta apostar por los procesos, cuán importante es trabajar por los procesos, porque cuando apostamos por ellos, apostamos por las vidas de todos cuantos sufren estas guerras y conflictos, que muchas veces son los marginados y apartados, los condenados a los cien años de soledad en las periferias de nuestro hermoso país, que tienen que vivir huyendo de los armados mientras senadores aun más apartados de ellos pregonan desde sus puestos de poder que hay que continuar una y mil veces con la guerra. Con los hijos de los nadie. Matando a mas hijos de nadie condenados a este círculo de violencia sin sentido que obedece a razones que sus propios corazones ignoran, como un Caín matando a Abel. Una y mil veces. “pero aun no sé quién es Caín y quién es Abel”. Jesús Abad Colorado.
Brayan Francisco Niño Garavito
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