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Soy joven y vivimos en una generación en que nadie cree en el amor o por lo menos la mayoría (yo me incluyo) creemos que una relación para toda una vida es algo efímero, que solo nuestros papas lo idealizaron y que muchos incluso fueron el reflejo para entender que a veces lo mejor es partir caminos y conocer otros infinitos en otros ojos.
Me tomo este espacio en este diario para describir y al final desahogarme sobre cómo estamos amando y odiando los jóvenes de hoy pues, a perdón del lector, lo cierto es que vivimos en una generación en que declarar el amor hacia alguien puede entenderse como el crimen más grande en la sociedad y que incluso sólo puede compararse con otro crimen atroz como lo es la fácil tarea de eliminar a alguien por completo de nuestras vidas con un simple bloqueo en redes y círculos sociales.
Es sorprendente el nivel de adrenalina que sentiremos en nuestra vida al momento de robar un primer beso o ver a alguien con ojos totalmente cegados por afecto. Pero vivir un desamor o el momento de experimentar una primera tusa es un dolor para el que nunca nos sentiremos completamente listos y eso hay que afrontarlo.
La verdad es que creo que nunca estaremos acostumbrados a no sentirnos correspondidos en la búsqueda por el amor de alguien. Pero es que al final la vida es tan irónica que llegarán momentos en que la persona con quien queremos estar no quiere estar con nosotros y la persona que quiere estar con nosotros no es la persona que queremos que esté con nosotros.
Estoy seguro de que siempre habrá un epitafio sobre cada amor no correspondido proclamando la llegada de uno nuevo, a veces pasajero o, incluso para unos pocos afortunados, el eterno. Por fortuna, quiero darle un alivio al lector y es que en esta vida la pasión de dar un afecto no tiene límites y la adrenalina que se siente al robar un primer beso se sentirá igual de real como la primera vez que lo hicimos e incluso llegará un día en que se sienta tan correspondido como esa primera vez en que realmente vimos a una persona como si fuera el centro del mundo y nos sentimos tan vivos, como si fuéramos el todo del otro.
Escribiendo este texto, recuerdo mucho la novela de Patricio Pron a la que le robo el título. En una relación somos dos extraños que no se deben nada. Dos extraños que no tienen un pasado, pero sí un futuro. Un futuro confuso, pero no tan confuso para no querer conocerlo. Un futuro que no sabemos si llega mañana, en un domingo común sentados en una sala, en una tarde de marzo conociendo a los padres del otro o en una vida juntos que bien sabemos puede acabarse en unos meses; al final, mañana tendremos otros nombres.
Carlos David Suárez Cabrera
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