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Más sobre la polémica del Archivo General de la Nación

Cartas de los lectores
18 de enero de 2025 - 05:00 a. m.
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En los últimos meses, el Archivo General de la Nación (AGN) ha estado en el centro de una persistente polémica. Se entiende que sea así, por la triste situación que atraviesa aquella entidad desde hace ya varios años. Es bueno que esto quede claro desde el comienzo para evitar inútiles alegatos. En efecto, la persistencia de los males no libra de su parte de responsabilidad al director actual, Francisco Flórez Bolívar, que está cerca de cumplir un año en el cargo, ni a su antecesora, de triste recordación dentro y fuera de la entidad.

Los problemas son muchos y persistentes. En nuestra condición de investigadores nos enfocaremos en dos, que están íntimamente relacionados. La desaparición de la plataforma que permitía la lectura en línea de muchos millones de documentos y los recientes (y censurables) cambios implementados en la atención al usuario y, en particular, en la sala de consulta.

Vamos a lo primero. Deben saber los lectores, y deben saberlo especialmente los periodistas de investigación y los entes de control, que el AGN tuvo un estupendo sistema digital (Archidoc) que ponía a la disposición de todos (profesionales de las ciencias sociales y legos, nacionales y extranjeros) una parte destacada de sus magníficas colecciones. Y deben saber también los que estas líneas leen que dicho sistema dejó de funcionar a finales del gobierno de Iván Duque… ¡Hasta el día de hoy!

Se trata de una verdadera catástrofe por tres razones. Primero, porque se nos ha privado de una herramienta muy democrática de conocimiento, de investigación y de enseñanza. Cualquier persona conectada a internet podía consultar virtualmente muchos fondos documentales. Los estudiantes que residían fuera de Bogotá o en el exterior contaban con material para adelantar sus investigaciones. Los profesores empleaban en el aula la herramienta para enseñar Historia.

El naufragio de Archidoc es muy grave, en segundo lugar, porque ahora parte del tiempo de los funcionarios del AGN se destina a solventar las solicitudes de los usuarios, ya a través de remisiones de archivos digitales por internet, ya a través de comunicación de documentos en sala. Se trata no solo de una lamentable pérdida de tiempo, sino también de dinero público y de talento humano desperdiciados (aquellos profesionales podrían dedicar sus jornadas a cosas más útiles, si Archidoc funcionara).

En tercer lugar, al perder la plataforma de consulta digital quedaron en riesgo millones de imágenes. En riesgo, sí. Porque hasta que no se demuestre lo contrario, hay dudas más que razonables con respecto al destino de aquella ingente cantidad de información (patrimonio digital de la nación) que hemos pagado todos los colombianos de nuestro bolsillo. Pero, una vez más, no solo es asunto de dinero, sino de miles de horas de trabajo y también de una construcción institucional que está en peligro. Digan los que saben, si en el pasado no se han perdido imágenes y si no pueden traerse a colación historias de fondos varias veces digitalizados (como una de las mapotecas), o que desaparecieron de la web, como ocurrió con la plataforma del fondo Negros y Esclavos, que en su momento contó con patrocinio de la UNESCO y con el trabajo mancomunado de otros archivos, como el Histórico de Antioquia y el Central del Cauca.

¿Qué ha pasado en estos años de orfandad? El AGN ha invertido no solo en una, sino en dos plataformas de reemplazo que hoy en día NO FUNCIONAN como bien lo hacía Archidoc, al que ahora condenan como caro y obsoleto. ¿No es esto escandaloso? ¿No es esto lamentable? ¿No debe alarmar esta situación a la ciudadanía y a los entes de control? ¿Dónde están los responsables de tamaña ineptitud? ¿Dónde están las cuentas comparativas de lo que nos habría costado a los colombianos actualizar y evitar así la obsolescencia de un sistema que sí funcionaba versus los gastos de dos sistemas cuyos experimentos fracasaron, más los costos de usar el tiempo de los funcionarios en operaciones que antes cubría Archidoc? ¿Qué nos informa el AGN hoy sobre sus procesos de investigación interna respecto de los errores humanos a los que se debieron, en parte, las fallas del sistema o de su proceso de migración? ¿Qué sabemos sobre la implicación de la Junta Directiva de la institución ante este asunto y su grave detrimento patrimonial derivado? Mírese la última carta del actual director del AGN a El Espectador: Dígase si en algún fragmento pondera siquiera las dimensiones del desastre o los avances en la efectiva pesquisa sobre estos temas. Su objetivo es evitar el punto narrando sus logros en otros sectores de la entidad, que en ningún modo negamos, pero que no subsanan ni esclarecen nuestras cuitas.

Imagine por un momento el lector que algo semejante sucediera con la magnífica Biblioteca Digital de la Biblioteca Nacional de Colombia. Imagine por un momento que lo mismo aconteciera con Descubridor, la herramienta que permite acceder on line a buena parte de los archivos y de la hemeroteca de la Biblioteca Luis Ángel Arango. O que dejara de funcionar la página de la DIAN de forma indefinida, o la de cualquier otra entidad pública.

Y todo esto nos lleva al segundo punto, relativo a las cambiantes condiciones de consulta. Recientemente, las directivas del AGN decidieron que los fondos históricos que fueron microfilmados solo podrían consultarse a través de esa tecnología obsoleta, porque, como dice el director en una carta de 4 de diciembre de 2024, de esta manera los funcionarios no van a “dejar que [los documentos originales] se deshagan en las manos de quienes los consultan”. ¡Claro, como naturalmente los investigadores somos destructores natos de información…! Mientras TODAS las entidades del mundo han procedido a digitalizar sus materiales, conscientes de que los microfilmes rara vez ofrecen series completas o legibles de los documentos originales, y muy conscientes también de que trabajar con ese tipo de recurso es verdaderamente una tortura, en el AGN de Colombia han decidido robustecer el uso del microfilm. Imagine el lector lo que va de una fotografía digital a un viejo negativo. Tal es la diferencia entre consultar una imagen de última generación y un microfilme. Imagine ahora que las máquinas en las que debe investigar tienen treinta o cuarenta años, que iluminan débil y cavernosamente las letras y que ni siquiera permiten, las más de las veces, leer en la pantalla la totalidad de un renglón. Por supuesto, un funcionario con experiencia en investigación sabría lo desesperante e ineficiente que es trabajar en estas condiciones.

Sobre la catastrófica “revolución” del microfilme se ha escrito mucho. Ya desde inicios de este siglo Nicholson Baker y el mismo Robert Darton -bibliotecario emérito de Harvard- advirtieron sobre cómo en los Estados Unidos significó la destrucción de bibliotecas y hemerotecas completas: el daño fue irreparable. En lo relativo al AGN, la decisión de condenar a los investigadores al microfilme no solo va a contracorriente de esta conciencia, sino que resulta también increíblemente abusiva e indolente, si se piensa que es el resultado de la pésima administración de los recursos públicos y de la ruina de un sistema vigoroso que funcionaba muy bien.

Dirá el director que después de la audiencia pública (sostenida en diciembre pasado entre el AGN y un centenar de usuarios) echaron marcha atrás y que ahora los usuarios podrán consultar originales, siempre que el microfilme y la máquina lectora no estén en óptimas condiciones, que es lo que nos dicen. Eso está por verse, pues los funcionarios que desencadenaron la crisis en la consulta siguen cobijados por el director a pesar de todas las faltas cometidas. Y por eso mismo, es preciso que nos mantengamos alerta. A ver si hay respuestas. A ver si volvemos a contar con una plataforma de consulta. A ver si nunca más se nombra al frente de la entidad (como en el pasado) a personas incapaces, sin preparación para dirigir uno de los archivos más importantes de América Latina. A ver si el AGN no se transforma en una bodega de documentos.

Daniel Gutiérrez Ardila, Universidad Externado de Colombia

Carlos Alfonso Díaz Martínez, Escuela Superior de Guerra de Colombia

David Zuluaga Parodi, Universidad de Antioquia

Juan Sebastián Gómez González, Universidad de Antioquia

María José Montoya Durana, Red Columnaria

Edna Carolina Sastoque Ramírez, Universidad Externado de Colombia

Muriel Laurent, Universidad de Los Andes

Paola Ruiz Gutiérrez, Universidad Pedagógica Nacional

Julián Galindo Zuluaga, Universidad Nacional Autónoma de México

Juan David Cascavita, Museo Nacional de Colombia

Javier Ricardo Ardila Gutiérrez, Universidad de Pensilvania

Laura Montenegro Helfer, London School of Economics and Political Science

Sebastián Amaya Palacios, Universidad Nacional de Colombia

James Vladimir Torres, Universidad de los Andes

Alejandra Avilán Caldas, Instituto Colombiano de Antropología e Historia -ICANH

Abraham Ortiz Miranda, Universidad Nacional Autónoma de México

Elena Beltrán, Universidad del Cauca

Adriana Rodríguez Franco, Universidad del Tolima

Miguel Darío Cano Marin, Universidad Nacional de Colombia

John Primmer, University or Bristol

Carolina Abadía Quintero, Universidad Nacional Autónoma de México

Juan Camilo Pantoja García, SECIHTI México

Manuela Henao Osorio, Universidad de Antioquia

Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez, Corporación Universitaria Minuto de Dios

Jairo Campuzano-Hoyos, Universidad Eafit

José Leonardo Henao Giraldo, Universidad Nacional de Colombia

Manuela Olarte Vargas, Universidad de Antioquia

Nathaly Pulgarín Pulgarin, Universidad de Antioquia

Sergio García Maya, Universidad de Antioquia

Diego Javier Lázaro Guijo, Universidad de Antioquia

Lisette Varón Carvajal, Universidad de los Andes

Stiven Bedoya Zapata, Universidad de Antioquia

Leidy Paola Bolaños Florido, Universidad de los Andes

Jason Andrés Bedolla Acevedo, Estudiante doctorado Tulane Univeresity

Envíe sus cartas a lector@elespectador.com

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Gonzalo(2011)18 de enero de 2025 - 12:34 p. m.
Esperemos a ver si el doctor Flórez Bolívar es capaz de responder sobre este punto en concreto.
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