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A veces nos encontramos en ese limbo incierto, atrapados entre las presiones del trabajo, las obligaciones cotidianas y las exigencias familiares. En esos momentos, enfrentamos una elección difícil: seguir adelante o rendirnos. Y si la rendición asoma como una opción, suele venir acompañada de un torrente de ansiedad: ¿Hacia dónde voy? ¿Cómo me sostendré? Todo parece girar en un vórtice de incertidumbre.
Pero es justamente allí donde se pone a prueba nuestra verdadera fuerza. ¿Somos, en realidad, tan resilientes como solemos decir? Ese concepto —la resiliencia— tan repetido hoy, se enfrenta entonces a su examen más riguroso. ¿Estamos listos para resistir, o cedemos al llanto y al desencanto en la primera curva del camino?
Vale la pena recordar que la magnitud de los desafíos que enfrentamos a menudo guarda proporción con nuestra capacidad de superarlos. Aquello que llamamos “problemas” aparece, quizás, porque tenemos dentro de nosotros los recursos para afrontarlos. La resiliencia auténtica se vuelve una fuerza concreta. Y el orgullo de mantenerse firme, una armadura que no se quiebra fácilmente.
Cultiva la autocompasión. Busca crecer, incluso en medio de la tormenta. Acepta que las pruebas son cambiantes, pero no eternas. Las resolverás, y aquellas que realmente te conciernen, sabrás enfrentarlas. Rendirse no es una opción, porque has construido en ti mismo a alguien capaz de logros extraordinarios.
Respira. Confía en que el universo sabrá reconocer tu esfuerzo. Aprende a hacer pausas —más a menudo de lo que crees necesario— y pon tu bienestar en primer lugar. Cuidarte no es un acto egoísta; es la base que te permite sostener a quienes también confían en ti.
Félix Cardoso Castañeda
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