Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Respuesta a Héctor Abad Faciolince: Rusia, ¿qué es eso?

Cartas de los lectores

24 de marzo de 2025 - 12:00 a. m.

En la reciente columna “El fuerte manda; el débil obedece”, Héctor Abad Faciolince habla sobre cómo los matones del mundo, Donald Trump y Vladimir Putin, golpean a los débiles e imponen sus reglas. Su argumento puede resumirse en la teoría del “Realismo” de las Relaciones Internacionales, una visión que sostiene que el poder es el principal motor de las relaciones entre Estados, nada nuevo bajo el sol.

PUBLICIDAD

Lo curioso de sus argumentos es el ninguneo que hace de Rusia. Héctor Abad se pregunta: “¿Qué invento, qué máquina o servicio, qué automóvil o computadora, qué celular, qué asombro nos viene de Rusia?” para responder de inmediato que nada. Esta afirmación ignora, o deliberadamente minimiza, la contribución de Rusia en la historia de la humanidad.

Si hablamos de asombros, la Rusia del siglo XX nos legó hitos imposibles de obviar. El Sputnik, el primer satélite artificial, cambió para siempre nuestra visión del espacio y marcó el inicio de la exploración espacial moderna. Rusia nos dio a Yuri Gagarin, el primer ser humano en viajar al espacio, y a Valentina Tereshkova, la primera mujer en hacerlo. Ambos, hijos de orígenes humildes: hijo de un carpintero e hija de un operario de tractor. Demostraron algo que parece extraño en nuestros tiempos, que la exploración espacial no es solo exclusiva para las élites.

Creó la primera estación espacial modular, la Mir. La cual sirvió como laboratorio de investigación en microgravedad que aportó a los campos de la biología y física. Sus avances sentaron las bases para los protocolos de construcción de la Estación Espacial Internacional que conocemos hoy.

La historia de los aportes rusos no se puede pensar, y en especial en el Siglo XX, por fuera de la Unión Soviética y en la mancomunidad de naciones que pertenecían a esta. Así, los grandes avances de Rusia son también de origen de hijos ucranianos. Nada hubiera sido del programa espacial soviético sin los ucranianos Valentín Glushkó o Serguéi Koroliov, cuyos restos, de este último, reposan hoy en día en la Necrópolis de la Muralla del Kremlin.

Read more!

Fue también un médico ucraniano, Víktor Zhdánov, formado en las universidades de Járkov y San Petersburgo, el arquitecto del programa que llevó a la erradicación mundial de la viruela, una de las hazañas más significativas de la historia médica contemporánea.

Tal vez todo esto, para Héctor Abad, sean cuestiones menores. ¿Erradicar la viruela? ¿Llegar al espacio? ¿Crear la primera estación espacial? Sin la llamada “Crisis Sputnik”, Estados Unidos difícilmente habría acelerado su programa espacial hasta llevar al hombre a la Luna (Deborah Cadbury, 2006).

Descalificar a una nación bajo el criterio de “¿qué ha hecho por la humanidad?” es establecer una vara de medición subjetiva y, a menudo, sesgada, como ocurre en este caso.

Podemos criticar al líder de un país sin ningunear su pueblo ni su historia. Detrás de la marginalización de un pueblo, de una nación, se esconde la semilla del desagravio, el desprecio, hacia ese pueblo. Mismo desprecio, misma degradación, que ha contribuido a guerras y genocidios.

César Augusto Pardo Acosta

No ad for you

Envíe sus cartas a lector@elespectador.com

Conoce más
Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.