De las políticas del presidente Gustavo Petro, considero que la más positiva es también la menos popular: el alza de los precios de los combustibles. Petro lo hace para cubrir el déficit que los subsidios a los combustibles generan en el presupuesto nacional, lo cual es fundamental. Además, es una política de justicia social y ambiental, ya que la gente humilde se transporta en bicicleta, a pie o en bus. Son los dueños de carros privados y camionetas 4x4, generalmente de mayor poder adquisitivo, quienes reciben una parte desproporcionada de los subsidios, a pesar de ser quienes menos lo necesitan.
Este subsidio, además, fomenta la contaminación, el cambio climático y el sedentarismo, afectando nuestra salud y el medio ambiente de múltiples maneras. Al incentivar el uso excesivo de vehículos privados, también perjudica la calidad de vida urbana: genera más contaminación, trancones, ruido y smog.
Quienes defienden los subsidios argumentan que ayudan a reducir el costo de productos básicos como la comida. Sin embargo, si facilitan el transporte del pan y las manzanas, también lo hacen para productos menos necesarios, como el whisky, los cigarrillos y la comida chatarra, que no benefician precisamente a la salud pública. No podemos olvidar que barcos que esquilman los mares colombianos y las motosierras y camiones que arrasan con los bosques también se benefician de combustibles subsidiados. En cambio, esos mismos recursos podrían invertirse en parques, hospitales, escuelas y otros servicios que benefician a toda la población, especialmente a los más humildes. Subsidiar los combustibles también representa una amenaza política y macroeconómica. Venezuela mantuvo por años este tipo de subsidios cuando los precios del petróleo eran altos y el gobierno tenía recursos. Sin embargo, cuando el petróleo cayó, el gobierno chavista continuó subsidiando para no perder apoyo popular, lo que contribuyó a la hiperinflación y al colapso económico. Fue uno de los factores que llevaron a Venezuela a la situación dictatorial en la que se encuentra hoy.
Es interesante notar que en los países con la mejor calidad de vida, el combustible es caro, pero esos recursos se destinan a financiar una policía eficaz, hospitales de calidad y un buen transporte público.
Mientras el gobierno controle el precio de los combustibles, siempre existirá la tentación de subsidiarlos para ganar apoyo político. ¿Qué tiene de especial el combustible? ¿Por qué no dejar su precio al libre mercado, como hacemos con productos mucho más importantes, como el pan, la leche y las verduras?
Michael Ceaser, Bogotá
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