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04 de diciembre de 2023 - 02:00 a. m.
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En su columna Cambié de opinión sobre la lotocracia”, Rodrigo Uprimny detalló su transición de escéptico a defensor de la lotocracia. Concuerdo con él, la lotocracía es un método que puede ayudar a solventar ciertos problemas y desánimos de la democracia representativa.

Sin embargo, este método por sí solo no alcanza los objetivos que el profesor Uprimny propone. Para comprender plenamente el potencial de la lotocracia debemos revisitar y revalorizar un concepto de libertad a menudo ignorado en los debates políticos contemporáneos: la libertad republicana.

Hoy en día el discurso imperante es de la libertad liberal: cada quien define sus objetivos y fines, siempre y cuando estos no limiten las libertades de otros. Esto conlleva a dos visiones sobre nosotros y sobre el Estado. La primera es una visión voluntarista de las personas: cada quien es libre de elegir lo mejor o lo deseable para sí mismo.

La segunda visión hace del Estado un simple árbitro. El Estado no dice que valores son buenos o malos en sí, sino que dirime las disputas entre libertades y vela por la protección de las libertades individuales de cada quien para buscar y elegir sus fines.

La cuestión es que esta concepción de libertad liberal va en cierta medida en contravía de la concepción de libertad republicana. Esta última fue la idea de libertad que trajo la ola democrática del Siglo XIX y de la cual se basaron contractualistas republicanos como Nicolás de Maquiavelo, Rousseau, Montesquieu o James Madison. Esta concepción de libertad se centra en la capacidad de autogobierno de un pueblo.

La libertad republicana a su vez exige dos cosas, por un lado, la inculcación de ciertos valores y virtudes cívicas, por ello los primeros Estados democráticos impulsaron las instituciones educativa para toda su población, con el fin de crear una identidad nacional a partir de unos valores que permitieran la convivencia en sosociedad. En segundo lugar, la capacidad de poder controlar democráticamente cuestiones que afectan nuestras vidas, como la economía.

Para que la lotocracia remedie los problemas actuales de la democracia, debe incorporar estos dos elementos que apelan a una noción de libertad republicana. Sin valores compartidos y una noción de comunidad, la polarización y el individualismo, y con ella la búsqueda de lucro propio alimentado por formas como el clientelismo, persistirán.

A su vez, si no podemos poner en control democrático una fuerza social como lo es la económica pues el desempoderamiento que lleva el no tratar algo que afecta nuestras vidas de manera democrática y en comunidad, seguirá. Nadie creerá en un sistema político que no sea capaz de lidiar con fuerzas que estén fuera del alcance de este. Si no resolvemos estas dos cuestiones retrayendo el concepto de libertad republicana por la cual se fundamentaron muchas de las naciones democráticas contemporáneas, la lotocracia no podrá dar un respiro real al descontento democrático que se vive. Esto tampoco quiere decir que se deben desechar las ideas de la visión liberal de libertad, para nada. Sino que se debe lograr un complemento entre ambas.

En ese aspecto profundiza la reedición del libro del filósofo político Michael Sandel, El Descontento Democrático (Debate, 2023). En donde destaca la necesidad de fomentar instituciones intermedias entre Estado e individuo. Para que los ciudadanos puedan deliberar y tratar lo comunitario. Esto guarda una relación con la lotocracia, toda vez que estos espacios sirven como centros formativos de la vida política. Y esta formación cívica servirá a los ciudadanos a afrontar de mejor manera, al ser elegidos por azar, las cuestiones de política local y nacional.

César Augusto Pardo Acosta, Miembro del movimiento político LídEres

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