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Protesté contra el Gobierno en mayo. Salí al balcón de mi apartamento de estrato cinco a golpear una cacerola. Marché desde Antiguo Country en Bogotá por la autopista Norte hasta la 127 confundido entre miles de jóvenes manifestantes. Los bloqueos intermitentes son permitidos por la Constitución. Fue una protesta legítima hasta que se extravió en la violencia. Violencia contra personas y bienes; bloqueos permanentes de la cotidianeidad.
En Cali quedó un trauma colectivo que es necesario sanar. Los empresarios tuvieron que alojar a sus trabajadores, incluso en moteles, para que fueran a prender las plantas. La distribución, paralizada un mes; sus productos no llegaron a los supermercados. Su estrés fue tal, que manifestaron su descontento en redes sociales con igual virulencia.
A todos los que protestamos nos metieron en el mismo saco, como si estuviéramos de acuerdo o alentáramos la destrucción.
¿Cuál debe ser el rol que debe cumplir un empresario en medio de un estallido social? ¿Acaso tomar partido por un bando? ¿O mantener su marca alejada de cualquier consideración política? ¿Qué le pasaría al caldo de gallina si su productor difundiera un mensaje violento contra los manifestantes? ¿No corre el riesgo de que sus consumidores dejen de consumir su producto?
Creo que el empresario debe mantenerse políticamente neutral. Porque no están en juego sólo sus convicciones; sus palabras pueden dañar su marca, acabar con las preferencias que tienen sus consumidores. Lo mismo ocurre con un defensor de derechos humanos: debe procurar neutralidad en la lectura de los hechos; sus palabras virulentas contradicen la lucha que libra a diario por la defensa de la dignidad humana y de la democracia.
¿Cuál es la posición que debería seguir un periódico o un medio de comunicación? Ser neutral para no caer en la propaganda. Ser plural para permitir que sus lectores formen un juicio suficientemente informado. Abrir debates entre los diferentes “bandos” para que la audiencia escuche sus razones. Procurar encauzar el conflicto hacia puntos de encuentro que reduzcan la violencia.
Esa misma función está llamada a cumplir el político. Todos los políticos, de todas las tendencias. Porque la política es la sustitución de la violencia. Es la fórmula esencial para la resolución de conflictos, que son inherentes a las sociedades humanas. Y su ejercicio debe hacerse con lealtad con el adversario, es decir, sin mentiras, sin ofensas, sin estigmatizaciones ni señalamientos, sin sembrar miedo y desconfianza.
Tras los desajustes sociales, el conflicto social está emergiendo en todo el mundo. ¿Cómo encauzarlo para que no degenere en violencia? Negociar es la palabra. Colombia no puede olvidar que un signo de su violencia está anclado en la violencia política. Superarlo es reconocer que todos hemos sido actores de esa violencia física y verbal, que se instala en la vida cotidiana, que separa a las familias. Tarde o temprano, todos tendremos que ocuparnos de convivir en forma pacífica. Así nació el Estado, que evolucionó en Estado de derecho hasta convertirse luego en Estado social y democrático de derecho.
Sergio Roldán.
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