La eterna saga del metro de Bogotá —conducida a través de medios, debates en Twitter, televisión y radio— honrando el diseño elevado, que muy bien calificó el presidente Petro, es una chambonada y un esperpento.
¿Quién puede entender la ceguera y torpeza de tantos actores y políticos de diferentes corrientes, como la alcaldesa López, el exalcalde Peñalosa, inmobiliarios, Probogotá y los expresidentes Santos y Duque?
¿En dónde están las voces de la comunidad que desde hace ocho años nos hemos pronunciado sobre el metro elevado? Nos toca expresar nuestras razones por este medio, ya que no han tenido eco en la administración, pese a los múltiples aportes y las críticas en las diferentes entidades. El discurso de tanto político y oportunista denota más prepotencia e intereses particulares que soluciones a un problema de la ciudad.
Queremos aclararle al país que el gran interés del negocio con el metro elevado no es la movilidad de pasajeros. ¡No! Es la “densificación y renovación urbana” que se promueve alrededor de este monstruo alimentador de buses. ¿Para quién? Para los inmobiliarios amigos. Una quimera que afeará nuestra ciudad, dividiendo y acabando el paisaje y el espacio público con el desplazamiento y el desarraigo, como ya lo han venido haciendo con los residentes que desalojaron, obligándolos a entregar sus predios a precios ínfimos e incluso por expropiación por vía administrativa.
Sigue a El Espectador en WhatsAppLa respuesta de los habitantes que vemos nuestra ciudad con respeto y apropiación y no desde un escritorio es que el metro elevado será un verdadero desastre para Bogotá, una tipología absolutamente lesiva para un área ya consolidada. Divide el paisaje a una altura de casi 15 metros y oscurece la avenida Caracas, impactando abruptamente zonas de patrimonio construido como son los barrios Teusaquillo, Sagrado Corazón, La Magdalena y Quinta Camacho, sectores que en este momento —por el Transmilenio— ya tienen afectaciones estructurales a los inmuebles construidos sobre este corredor y ni la empresa Transmilenio ni la administración nos han tenido en cuenta. Todo será peor aún cuando vayan a perforar varios metros para hincar los pilotes y las columnas que serán el soporte del viaducto, además de la subsidencia del terreno, la contaminación auditiva, visual, ambiental y electromagnética, yendo en contravía de la salud de los bogotanos, con deforestación y demás consecuencias para la supervivencia.
Este es un pequeño abrebocas de los múltiples impactos negativos de una obra impuesta y mal planeada. De manera obvia, afectará zonas de patrimonio que, por ignorancia y desconocimiento de la administración sobre los Planes Especiales de Manejo y Protección (PEMP) de Teusaquillo, pueden ser desechadas.
Lo expuesto por el presidente Petro son razones reales y no terquedad.
Veeduría Vecinos del Metro. Bogotá.
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