El crimen como espectáculo
En estos días, El Espectador, como el resto de los periódicos, ha tenido en primer plano de relevancia la noticia del asesinato del famoso estilista Mauricio Leal. La construcción de la noticia sigue un guion que parece estudiado de antemano: se establece la escena del crimen, se especula por algunos días sobre las causas posibles, surgen las primeras sospechas -se alarga el suspenso- y, finalmente, aparece el culpable. Los tiempos de la historia están muy bien medidos: la atención del público se mantiene y la historia se vuelve la moda del momento. En todo este proceso, lLa labor de la Fiscalía se presenta como impecable: hacen su trabajo como verdaderos científicos forenses, responden con extrema diligencia a todos los procedimientos y culminan con un juicio que los medios presentan como impecable. Este manejo de la noticia no es natural: la primicia se administra cuidadosamente.Otras noticias que deberían prender las alarmas se mantienen en segundo plano. Siguen matando líderes sociales, por ejemplo. ¿Qué tendría que hacer la familia de uno de los muchos asesinados para que la Fiscalía se hiciera cargo del asunto con la misma meticulosidad que en el caso de Mauricio Leal? ¿Qué tendría que hacer para que los medios cuenten una historia completa de por lo menos uno de los muchos defensores del medio ambiente que han matado en los últimos años?Este manejo mediático del crimen contribuye a mantener el imaginario farandulero de los colombianos: una persona que pertenece al círculo de los “famosos” tiene derecho a una historia propia y su drama es digno de ser representado; los demás son el montón.A la Fiscalía le sirve mucho todo este despliegue. Han conseguido (¿gratis?) un gran publirreportaje.La serie dramatizada del crimen de Mauricio Leal no tardará en aparecer, y la violencia estructural será una cosa perdida en la nebulosa cotidiana que no es digna de un periodismo profundo y de largo aliento.
Joaquín Uribe
Temor a la palabra
En su columna reciente, “Decir y hacer”, Piedad Bonnett cuestionó la supuesta división entre acción y reflexión, un tema que ha preocupado a pensadores de todos los tiempos. También volvió sobre la insistencia de muchos políticos colombianos en ser “más de hechos que de palabras”. Hay que fijarse en la paradoja que implica desmarcarse infinitamente de la palabra a través del discurso. Pensemos también en el desdén por la palabra: en ese desprecio hay más que pérdida de fe en el otro y en la política. Quizás temor a la palabra: a su capacidad de dejar en evidencia motivos ocultos, o que no se tiene nada por decir.
Baldomero Sandoval
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