El 2021 pasó a la historia como un año de masiva movilización popular. Podría considerarse, sin ninguna exageración, que dichas movilizaciones se constituyeron en las más importantes de los últimos 70 años, quizá solo comparables con las ocurridas después del 9 de abril de 1948. Si bien se alcanzaron algunos logros mediáticos —el retiro de las reformas (tributaria y de salud), la renuncia de Carrasquilla y de Blum, la matrícula cero para estudiantes de estratos 1, 2 y 3, la apertura de un diálogo nacional con distintas fuerzas políticas, entre otros—, la movilización se fue desgastando con el paso natural del tiempo y, de nuevo, la revolución social en Colombia quedó aplazada.
Habría que analizar dichas movilizaciones a la luz de un viejo conocido concepto de la ciencia política, tan manoseado por los políticos en épocas electorales y que suele significar mucho y nada al mismo tiempo: el populismo. Trataré de explicar en estas pocas líneas por qué considero que el uso de la categoría “populismo” representa actualmente mucha imprecisión y que, en cambio, deberíamos recuperar el significado de “populismo” en el sentido de lo que representó el espíritu de la movilización popular de 2021.
La imprecisión proviene de sus múltiples significados: el populismo se usa para significar un tipo de gobierno, un líder carismático, un proceso de democratización o algún tipo de autoritarismo, propuestas políticas sin fundamento técnico, etc. En todo caso, el uso de la palabra denota un carácter peyorativo y descalificatorio. Lo anterior es fruto de una vaguedad teórica de los propios autores que han abordado el concepto, algunos incluso han elaborado sofisticadas tipologías populistas (desde los agrarios hasta los políticos), así como su relación con el antielitismo y con el pueblo. Todas estas definiciones han fracasado, en buena medida, porque no son aplicables a casos políticos concretos que se definen como populistas.
La realidad desborda los marcos de análisis propuestos. Yo, como otros tantos, propongo ver en el populismo una lógica política, una en donde los antagonismos y las demandas sociales no han sido debidamente canalizados por las instituciones que tienen la obligación de hacerlo. No en vano ocupamos deshonrosos puestos en desigualdad, concentración de la riqueza y desplazamiento, sin mencionar el último informe de la FAO que nos pone en riesgo de hambre aguda —poblacional, dicen ahora—, que confirman el supuesto: se ha gobernado a espaldas de la población.
Deberíamos entonces ver el populismo como una posibilidad institucional de resolver problemas socialmente relevantes, aquellos por los que salen los jóvenes masivamente a protestar, por los que nos tomamos las calles en 2021, por esos 104 puntos —exagerados, dijeron— que planteó el Comité de Paro. ¿Qué respuestas ofrecieron las instituciones a la movilización popular de 2021? Me temo que muy pocas, la revolución social sigue aplazada y el populismo sigue siendo peyorativo. Y quizá no, quizá lo que nos hace falta es una dosis de populismo.
Jaime Andrei Puentes Castañeda. Docente, IED Salesiano Miguel Unia.
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